Desde hace más de 6 meses, el Mediterráneo está mostrando anomalías de temperatura excepcionales. Los valores registrados en la superficie se han situado hasta 5 ºC por encima de lo normal en algunos momentos del año en su sector occidental. Ha alcanzando valores máximos en torno a 30 ºC en las proximidades de la Península Ibérica y Baleares, algo más propio de una masa de agua tropical o subtropical que de este mar de latitudes medias.
El enfriamiento propio del otoño ha llegado puntual, pero arrastra aún esas anomalías. Aunque ya se encuentra por debajo de los 25 ºC, las temperaturas que se están registrando siguen siendo inusualmente elevadas, en algunos casos hasta 4ºC por encima de habitual para esta época del año. Con esta situación, cabe preguntarse si esto puede tener consecuencias y desencadenar lluvias torrenciales u otros fenómenos meteorológicos adversos.
Esas dudas están bien fundadas en un principio: un mar más cálido permite que la masa de aire que se encuentra sobre él adquiera un mayor contenido en humedad y una temperatura más elevada. Esto supone una energía adicional para cualquier sistema de tormentas que se alimente de estas masas de aire y además con un factor muy importante a tener en cuenta: el contenido de humedad y la energía de una masa de aire aumenta de forma exponencial (y no lineal) con la temperatura.
Es decir, hay mucha más diferencia tanto en la humedad contenida como en la energía disponible entre una masa de aire saturada a 20 ºC y otra de 25 que entre una masa de aire a 20 ºC y otra de 15, aunque la diferencia de temperatura sea la misma. Este año es la primera vez que experimentamos el potencial energético de un mar tan cálido, y no estamos seguros de si volverá a suceder.
Condición importante, pero no determinante
Sin embargo, un mar cálido por sí solo no garantiza en ningún caso el desarrollo de tormentas intensas y por tanto no es un indicio infalible de que vaya a producirse un episodio de lluvias torrenciales. Para que esto suceda, en primer lugar la masa de aire debe permanecer sobre el océano el tiempo necesario para que adquiera su humedad y temperatura.
De nada serviría que la masa de aire tuviera una procedencia continental por muy cálido que estuviese el mar. Esto sucede cuando existe una fuerte advección que arrastra aire seco, ya sea procedente del interior de la Península o del centro de Europa, como del norte de África.
En segundo lugar, deberá entrar en acción un sistema meteorológico capaz de iniciar la convección y liberar esa energía acumulada, como es el caso de una borrasca, una DANA o una onda en niveles altos. Estos sistemas aportan el forzamiento dinámico necesario para que comience el ascenso de las masas de aire, además suelen arrastrar masas de aire frío en altura que aumenta el gradiente térmico y por tanto el potencial convectivo de la columna de aire.
Es importante recordar que un mar cálido por sí mismo no es capaz de generar tormentas intensas, aunque es un factor a tener en cuenta.
Este año ya hemos observado en varias ocasiones el potencial energético de un mar tan cálido. Tal vez no de forma generalizada o constante, pero sí ocasionalmente y con consecuencias muy graves. Tal es el caso de las lluvias torrenciales que tuvieron lugar la semana pasada en la Comunidad Valenciana, el derecho que afectó a varios países de Europa en agosto causando más de una decena de fallecidos o a la supercélula desarrollada este verano al norte de Girona que dejó una granizada inédita en esa zona, con algunas de las piedras de granizo más grandes registradas en la Península Ibérica que causaron graves daños y un fallecido.
No obstante, en los próximos días el intenso flujo de oeste impedirá que estos episodios tan adversos tengan lugar en la vertiente mediterránea pese a la elevada temperatura del mar. Queda por saber si esta situación cambiará o se mantendrá así hasta que el mar se enfríe lo suficiente.