La luz del sol, sobre el hábito amarillo del eremita, moteaba sombras selváticas que parecían cambiantes leopardos pintados. El santo ermitaño, un viejo sadhu, estaba sentado con las piernas cruzadas, una sobre una piel de leopardo, la otra sobre su hábito, donde parpadeaban las sombras de la jungla.
A los pies del sadhu se sienta Sundar, un chico que escapa de maya —la ilusión—, y siente hambre de conocimientos —jnana—. El chico es un devoto. Es un sikh, un devoto entre los devotos, un león entre los leones. Pero está inquieto.
Los sacerdotes sikh le habían transmitido todos sus conocimientos, pero él no estaba satisfecho. Podía recitar completo y de memoria el Guru Granth Sahib, el libro Sagrado de los sikh, pero ello no le aliviaba su sed de saber. Podía recitar los Upanishads, los Darsanas, el Bhagavad Gita y los Shastaras de los hindúes. Podía recitar también el Qur’an y el Hadis del islam, que sabía igualmente de memoria. Su madre era temerosa de Dios y veía en él a un peregrino; veía en él madera de sadhu. Su padre en cambio estaba preocupado por él y un día le preguntó: “¿Por qué te atormentas planteándote cuestiones religiosas? Te estropearás el cerebro y te arruinarás la visión?” El chico, a su vez, respondió: “yo tengo que encontrar santi. Tengo que encontrar la paz.”
Era por estas cuestiones que el chico había ido a visitar al anciano sadhu a la jungla para preguntarle:
Sadhu-ji, tú dices que mi hambre y mi sed son ilusión, trazas de maya. Sólo Brahma es verdad. Brahma es la divina fuente de todas las cosas, dices. Brahma es Dios. Tú dices que veré que yo soy parte de Brahma y que, una vez yo lo vea, mis necesidades dejarán de preocuparme. Perdóname, sadhu-ji, y no te enfades conmigo, ¿pero qué puedo hacer? Si yo soy Brahma o tengo alguna parte de ella, ¿cómo puedo ser engañado por la maya? ¿Cómo la ilusión puede tener poder sobre mí? Porque si la ilusión tiene poder sobre la verdad, la verdad es ilusión en sí misma. ¿Es entonces la ilusión más fuerte que la verdad? ¿Es más fuerte maya que la verdad?
Sadhu-ji, tú me dices que debo esperar. me dices que adquiriré el conocimiento del mundo espiritual conforme vaya creciendo. mi sed será entonces saciada. ¿Saciada del todo? ¿Hay alimentos para responder al hambre? ¿Hay aguas para responder a la sed? Si un niño pide pan, ¿su padre puede decirle “vete y juega. Cuando seas mayor comprenderás el hambre y no tendrás necesidad de pan?” Si tú, sadhu-ji, has conseguido el entendimiento que yo busco, si has encontrado certeza y paz, por favor, dime qué puedo hacer yo para encontrarlas. Si no puedes hacerlo, dímelo también, pues yo continuaré mi búsqueda. No podré descansar hasta haber encontrado la paz.
Algo está equivocado. ¿Por qué los Shastaras ya no están vivos ante mis ojos? ¿Por qué nuestro libro sagrado ahora me parece tan distante? ¿Por qué vuelvo a él después de la meditación de la paz del yoga y mi corazón sigue todavía cargado de inquietud?
Un adolescente se esforzaba en no olvidar todo lo que su madre le había enseñado. Sus enseñanzas resultaban fáciles y naturales mientras ella estaba con vida, pero desde su muerte los ejercicios espirituales le exigían un esfuerzo mayor. la fe se había empañado con las nubes de la duda. las palabras del viejo sadhu en la jungla sonaban como huecas promesas y, con atrevimiento, él cuestionaba las enseñanzas del maestro. las palabras de los Vedas y del Guru Granth Sahib ya no respondían a su búsqueda. Así que pregunta tras pregunta, tropezón a tropezón, al final todo era confusión. las vidas de aquellos que tenía a su alrededor le parecían llenas de tensión e hipocresía. ¿Dónde quedaban el fuego y la luz de las creencias primitivas de los sikh? Ahora los misioneros cristianos traían otra verdad y su llegada sólo le aportaba a Sundar una confusión más profunda.
Esta no es la verdad de mi madre, de nuestros antepasados, de nuestra cultura. Esta es una verdad foránea que nos traen unos extranjeros que no entienden nuestras maneras. ¿y por qué mi padre me lleva a la escuela cristiana? yo preferiría nuestra escuela pública de Sanewal. No me importa caminar las seis millas a través del desierto. yo soy un sikh y quiero que todos lo sepan, quiero mostrarle a mi padre lo que yo pienso de esos colonialistas, denunciar su occidentalismo, su fe extranjera…
Cuando los ancianos fueron a verle, Sardar Sher Singh no pudo dar crédito a sus oídos. Debía haber algún error. ¿Que el tranquilo, el respetuoso Sundar, lanzaba piedras a sus maestros, interrumpía las clases y se burlaba de los misioneros? ¡imposible! Cuando Sardar Sher Singh fue a comprobarlo por sí mismo, no dio crédito a sus ojos. E incluso allí, en el patio de su propia casa, ante un grupo de mozalbetes que rodeaban a su hijo, Sundar se puso a destripar el libro sagrado cristiano, a rasgar sus páginas, para luego, en un frenesí de rabia, arrojarlo al fuego. Nunca, en toda la historia del pueblo, nadie se había atrevido públicamente a quemar un libro sagrado, fuera cual fuese su fe. ¡y su propio hijo lo había hecho! Su padre se precipitó fuera, poseído de rabia y confusión, para encararse con Sundar:
¿Estás loco? ¿Por qué has hecho semejante cosa? ¿Es este el respeto hacia las cosas sagradas que aprendiste en el seno de tu madre? ¿Esta es tu forma de dar las gracias a aquellos que te enseñan? Pero ya no cometerás semejantes blasfemias en mi presencia. Como padre y cabeza de esta casa, te ordeno que detengas tal insensatez. ¡Desde ahora aquí no habrá más libros que quemar!
La paz había desaparecido. No quedaba nadie. Su madre estaba muerta. Su padre, avergonzado. El sadhu de la jungla ya no tenía más que decir. los textos sagrados eran remotos y extraños. la meditación ofrecía la huida, pero no la resolución, no la realización. El baño ritual limpiaba el cuerpo, pero dentro todo seguía en sombras. las palabras familiares de las escrituras, giraban en su mente. Como dice el Guru Nanak: “yo no puedo vivir ni un instante sin ti, oh Dios. Cuando yo te tengo, tengo todo. Tú eres el tesoro de mi corazón.” o como dice el Guru Arjim: “Sólo vivimos por ti, oh Señor. Tenemos sed de ti. Sólo podemos hallar descanso y paz en ti.” Esta era la única esperanza. Si hay un Dios, dejemos que nos revele el camino de la paz. Si no hay Dios, entonces no hay razón para vivir.
El chico de quince años se levantó antes del amanecer. Con solemne ritual, se lavó y cantó la antigua invocación, tal como había hecho, tanto como podía recordar, cada mañana de su vida desde que su madre se la enseñara. Esta mañana sería la última vez que lo hacía. Pensó en su madre y deseó encontrarla en el mundo del más allá. A las cinco de la mañana pasaría el tren expreso de ludhiana. la vía bordeaba el extremo de la propiedad de Sardar Sher Singh. El tren pasaría por encima del cuerpo de un desesperado, por encima de un confuso joven. El tren machacaría todas sus dudas y se llevaría todas las preguntas de su corazón y de su cabeza.
La profecía del sacerdote sikh estuvo cerca de cumplirse, aunque no se la había manifestado a Sardar Sher Singh: “Su hijo no es como los otros. Tanto puede ser un gran hombre de Dios como puede traerles la deshonra si enloquece.”
Pienso en el tiempo en que me consideraba a mí mismo como un héroe por haber quemado los Evangelios y sin embargo mi corazón no había hallado la paz. Realmente con aquel hecho mi malestar no había hecho sino aumentar y durante los dos días siguientes me sentí miserable. Al tercer día, cuando ya no podía aguantar más, me levanté a las tres de la madrugada y me puse a rezar pidiendo que si realmente había un Dios, se me revelara. No recibiendo respuesta alguna, decidí que a la mañana siguiente pondría la cabeza sobre la vía del tren para buscar así las respuestas a mis preguntas más allá de esta vida.
Recé y recé esperando que llegara la hora de emprender mi último viaje. Alrededor de las cuatro y media vi algo extraño. Algo resplandecía en la habitación. Primero pensé que la casa se estaba quemando, pero mirando por la puerta y a través de las ventanas, no pude discernir la causa de aquella luz. Luego se me ocurrió una explicación: aquello podía ser una respuesta de Dios. Así que volví a mi lugar y me puse a rezar otra vez sin apartar los ojos de aquel extraño resplandor. Más tarde distinguí una figura en la luz. Una figura extraña y a la vez familiar. No era ni Siva ni Krishna, ni ninguna de las otras encarnaciones hindúes que yo había esperado. Luego oí una voz que me hablaba en Urdu: “Sundar, ¿hasta cuándo seguirás mofándote de mí? He venido a salvarte porque has rezado para encontrar el camino de la verdad. ¿Por qué pues no lo aceptas?” Fijándome más, vi las marcas de sangre en sus manos y pies y supe que era Jesús, el Dios de los cristianos. Asombrado, caí a sus pies. Me sentía lleno de profunda desazón y remordimientos por mis insultos e irreverencias, pero poseído a la vez por una inmensa paz. Éste era el gozo que yo había estado buscando. Estaba en el cielo. Luego la visión desapareció pero conservé la paz y el gozo.
Cuando me levanté fui inmediatamente a despertar a mi padre para decirle qué había experimentado, para contarle que desde ese instante yo era un nuevo seguidor de Jesús. Él me dijo que me volviera a la cama. “¿Por qué hace solamente tres días quemaste el libro santo cristiano y ahora dices que eres uno de ellos? Ve a la cama y duerme, hijo mío. Estás cansado y confuso. Por la mañana te sentirás mejor.”
Sardar Sher Singh intentó ser paciente y comprender. Sabía que el chico todavía estaba destrozado por la pérdida de su madre. Así que, por discreción, evitó comentar la extraña experiencia de Sundar. Éste, por su parte, empleó la mayor parte de su tiempo en la soledad y en la meditación, maravillado pero buscando la penitencia y expiación por sus mofas hacia el Dios que se le había revelado. Dentro de sí mismo, profundamente, sentía que la liberación sólo vendría si él estaba preparado para seguir a Jesús y servirle como a un maestro; en primer lugar declarando públicamente que era un seguidor de Aquel al que había insultado delante de todos.
Nadie hubiera podido prever las protestas que siguieron. Sintiéndose privados de su cabecilla, los compañeros de Sundar volvieron a la escuela cristiana, lo mismo que Sundar, lanzando improperios y acusándoles de haber convertido al chico por la fuerza, ello pese a que Sundar repitiese una y otra vez que los maestros no sabían nada de lo que había sucedido. El alboroto fue tan descomunal que la escuela tuvo que ser cerrada y los misioneros se refugiaron en Ludhiana.
En su casa, por su parte, Sardar Sher Singh intentó disuadir a su hijo y hacer que renunciara a su nueva fe. Primero se mostró paciente. Luego apeló al honor del chico:
¡Mi hijo querido, luz de mis ojos, consuelo de mi corazón, que tu vida sea larga! Como padre, te exhorto a que pienses en tu familia. Sin duda tú no quieres que el apellido de la familia sea mancillado. Seguro que la religión cristiana no enseña a desobedecer a los padres. Yo te pido que cumplas con tu deber y te cases. Yo ya he elegido a tu esposa, según nuestra costumbre, y ya está todo preparado. Como formalización del compromiso, yo te legaré 150.000 rupias, cuyos intereses os permitirán a ti y a tu familia vivir confortablemente durante el resto de vuestra vida. Tu tío, además, aportará una arqueta de oro.
Yo no soy un hombre poco razonable, hijo. Pero si rechazas lo que te propongo, entenderé que estás decidido a arrastrar al deshonor a tu familia y por tanto no me quedará más alternativa que repudiarte. Llevas el brazalete de los sikhs, llevas un nombre sikh y como tal no te cortas el cabello, pues este es el signo de los sikhs. ¿Has olvidado el nombre que nuestros padres adoptaron? ¿Has olvidado lo que significa ser un sikh?
—No, padre. Nuestro nombre significa “león”.
Entonces, puesto que conoces el significado de tu nombre, ¿cómo te atreves a actuar como un chacal del desierto? ¿Por qué? Ha llegado la hora en que debes tomar una decisión.
Sundar Singh volvió a su cuarto y se puso a rezar. Luego se cortó el cabello.
El rostro de Sardar Sher Singh resultaba espantoso de mirar. la rabia y la frustración, la desesperación y la vergüenza encendían sus ojos. En presencia de toda la familia, con el corazón cargado de agravios, puso a su hijo a la puerta cuando comenzaba a hacerse de noche. la muerte ya se había llevado a su esposa y ahora era como si se llevase también a su querido Sundar. Pero no tenía elección, después de que Sundar hubiese tomado su decisión. Sardar no pudo pues sino pronunciar la terrible fórmula: “Te repudiamos para siempre y te arrojamos fuera de nuestro seno. ya no eres ni serás más nuestro hijo. Para nosotros, es como si jamás hubieras nacido. He dicho.” la puerta se cerró tras él.
Nunca he olvidado la noche en que me echaron de casa. Dormí al raso, bajo un árbol, y el tiempo era frío. Nunca había vivido nada semejante. me dije a mí mismo: “Ayer vivía confortablemente. Ahora estoy tiritando, tengo hambre y sed. Tenía de todo y aún quería más. Hoy no tengo donde guarecerme, no tengo ropa de abrigo, no tengo comida.” Aparentemente la noche era dura, pero yo poseía un gozo maravilloso y una paz inigualable en mi corazón. Estaba siguiendo los pasos de Jesús, mi nuevo maestro, quien no tuvo donde reclinar su cabeza y que a su vez fue despreciado y rechazado. En el lujo y en el confort de la casa yo no había encontrado la paz. Pero la presencia del maestro trocaba mi sufrimiento en paz. Una paz que nunca me ha abandonado.
Extracto de Enseñanzas del maestro.