NOTICIACRISTIANA.COM.- George Whitefield, un joven predicador de 25 años, vestido con su hábito clerical anglicano, se paró en las escaleras del palacio de justicia de Filadelfia. Se dirigió a la multitud de 10,000 o más personas reunidas ante él.
Era el año 1739 y el predicador, que había llegado de Inglaterra a Estados Unidos, oraba en su corazón. Pedía que el pueblo ya no viviera como 13 colonias divididas. Sino como “una nación bajo Dios”.
Sabiendo que había personas de muchas sectas y denominaciones entre la multitud, decidió desafiar sus divisiones. Así, imitó una conversación con el Padre Abraham, a quien imaginó mirándolos a todos por encima de la barandilla del cielo.
Mirando hacia el cielo, Whitefield gritó: “Padre Abraham, ¿hay anglicanos en el cielo?”
“No, no hay anglicanos en el cielo”.
Whitefield continuó: “Padre Abraham, ¿hay metodistas en el cielo?”
“No, aquí tampoco hay metodistas”.
Whitefield gritó nuevamente: “Padre Abraham, ¿hay puritanos en el cielo?”
No, aquí tampoco hay puritanos.
“¿Qué pasa con los bautistas y los cuáqueros?”, exclamó Whitefield mientras continuaba mirando hacia el cielo.
“Aquí tampoco hay ninguno de esos.”
Finalmente, con una nota de desesperación en su voz, Whitefield gritó: “Padre Abraham, ¿qué clase de personas hay en el cielo?”
“Sólo hay cristianos en el cielo, sólo aquellos lavados en la sangre del Cordero”.
Whitefield exclamó entonces: “Ah, ¿es así? Que Dios me ayude, y que Dios nos ayude a todos, a olvidarnos de las etiquetas y a convertirnos en cristianos de hecho y en verdad”.
Revolución por Jesús
Fue la predicación centrada en Cristo de Whitefield, Jonathan Edwards y otros lo que encendió lo que los historiadores llaman el Gran Despertar. Las alianzas denominacionales y sectarias se disolvieron.
Un joven George Washington oró: “Bendice, oh Señor, a toda la raza humana. Y permite que el mundo se llene con el conocimiento de Ti y de Tu Hijo Jesucristo”.
La predicación centrada en Cristo condujo a un grito común durante el conflicto con Gran Bretaña.
“¡No reconocemos a ningún otro soberano sino a Dios y a ningún otro rey sino a Jesús!”.
Este grito cautivó la imaginación de los patriotas estadounidenses de todas partes y pronto resonó en todas las colonias.
Se volvió tan prominente que un gobernador designado por los británicos, Jonathan Trumbull, escribió a Inglaterra: “Si le preguntas a un estadounidense quién es su amo, te dirá que no tiene ninguno. Ni ningún gobernador excepto Jesucristo” (Hyatt, “Pilgrims and Patriots (Segunda edición)”, 117).
América por Jesús
En los primeros tiempos de la historia americana, no había vacilación en mencionar el nombre de Jesús como objeto de fe.
Por ejemplo, uno de los jefes de la tribu de los Delaware, había traído a algunos de sus jóvenes para que se formaran en escuelas americanas. George Washington les dijo: “Hacéis bien en desear aprender nuestras artes y formas de vida, y sobre todo la religión de Jesucristo” (Hyatt, 172).
Aunque Thomas Jefferson cuestionó la deidad de Jesús, estaba convencido de que las enseñanzas morales de Jesús eran la clave para una sociedad estable y próspera.
Estados Unidos necesita otra revolución de Jesús
El himno “Oh, mil lenguas para cantar” fue escrito en 1739 por Charles Wesley, un amigo muy cercano y mentor de George Whitefield en la Universidad de Oxford. Este himno en honor a Jesús debe haber sido cantado por Whitefield y las multitudes masivas a las que predicó en la América colonial.
Oremos por otra revolución de Jesús en todo Estados Unidos que impacte a personas de todas las convicciones religiosas y teológicas. Es lo que hay que hacer desde el punto de vista bíblico. También es lo que hay que hacer desde el punto de vista estadounidense.
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