“La Iglesia no te salva, ni el Papa, ni los curas. Solo Cristo te salva ". Así nos predican muchas sectas protestantes que pululan entre nosotros, invitándonos a que dejemos la Santa Iglesia Católica y abracemos sus errores.
La cuestión planteada por ellos, parece muy atractiva y evangélica una vista simple, pero en realidad está en desacuerdo con lo que Cristo hizo y enseñó:
En primer lugar, hay que repetir y dejar bien claro lo que la Iglesia Católica siempre ha creído y enseñado; que Cristo es el único salvador del hombre (Mt 1,21; Jn 3,16-18; Hch 2,21; 4,12; 16,30-31; 1Tim 2,5-6)
Por tanto, esa pretendida originalidad evangélica de la salvación solo por Jesucristo que pregonan muchas sectas, no es más que una repetición (y además un empobrecimiento) de la verdadera y tradicional fe católica. Igualmente, las acusaciones que hacen a la Iglesia, de que ella pretende suplantar a Cristo para salvar al hombre solo con sacramentos, rezos, buenas obras, medallas, penitencias, etc., es pura calumnia de gente que obstinadamente se niega a examinar sin perjuicios La auténtica fe de la Iglesia.
Las sectas utilizan en su predicación una falsa disyuntiva entre Cristo y la Iglesia, como si hubiera elegido entre los dos y, naturalmente, quedarse solo con Cristo.
No es que las sectas nieguen la noción de "iglesia", pues de ella habla claramente la Biblia, pero la vacuna es tal grado de su verdadero sentido, que en la práctica la reducen a nada, sustituyéndola por un subjetivismo y un individualismo ajenos al plan de dios.
¿Qué dice la Biblia acerca de la Iglesia?
Como Cristo es enviado (a salvar al mundo) por el Padre, así también Cristo envía (con su misma misión y poder) a su Iglesia (Jn 20,21-23)
Esto quiere decir que asi como Cristo, por su naturaleza humana, es el sacramento (o signo sagrado) que hace presente y visible entre los hombres al Dios invisible (Jn 14,9-10), asi también la Iglesia es el Sacramento que perpetua visiblemente, en medio de la humanidad, un Cristo resucitado, ausente físicamente de este mundo desde su ascensión al Padre (Mt 28,18-20; Lc 10,16)
Por eso, entre Cristo y su Iglesia hay una unión tan estrecha, que nada puede romper. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo y Él es la Cabeza (Col 1,18) Entre ambos afectados el "Cristo completo". Es cierto que, hablando en absoluto, Cristo no necesita a la Iglesia, pero su plan es salvar al mundo desde ella; aunque también es cierto que cuando el quiere, obra co soberana libertad fuera de ella (Jn 10,16)
Pero, ¿qué o quién es la Iglesia? La Iglesia somos todos los que, unidos a Cristo por la fe, hemos sido bautizados para formar un solo cuerpo (1 Cor 12, 13-14; Hch 2, 41-42), y al celebrar la Eucaristía (1 Cor 11, 23 -26) entramos en comunión con el Señor (1 Cor 10, 16-17) y nos hacemos miembros unos de otros (Rom 12, 5)
Somos el Pueblo de Dios (1Pe 2, 9-10), que en el Espíritu Santo mantiene unido (Ef 4, 1-6) y enriquecido con diferentes carismas y ministerios para el servicio común (Ef 4, 11-12; 1 Cor 12, 4-12)
Entre estos servicios y ministerios está el servicio que desempeñan en la Iglesia los Apóstoles, sus sucesores y colaboradores (Mt 10, 17; Rm 1,1; Hch 1, 21-26; 2 Tim 1, 6) y, en particular, el “Servicio de Pedro” (Mt 16, 18-19; Jn 21, 15-17; Lc 22, 31-32), que en la Iglesia católica nunca ha dejado de existir en la persona del Papa.
Las secciones, al no poder negar el deseo de Cristo de establecer una Iglesia, se escapan por la tangente explicándola como una iglesia abstracta e "invisible", que no corresponde a ninguna estructura concreta de este mundo. Eso es decir solo para negar la autoridad de la Iglesia Católica ("para escapar de la esclavitud de Roma") mientras que en el interior de cada sección imponen interpretaciones, disciplinas y estructuras mucho más rígidas que las de la Iglesia Católica.
La idea de una Iglesia "invisible" (es decir, reducida a la guía espiritual y aislada del Espíritu Santo en cada alma), es contraria a lo que nos enseña la Biblia, el cual nos habla siempre de una comunidad, al mismo tiempo visible – institucionalizada, jerárquica, bien organizada e identificable – (Hch 2, 42-42; 4, 32-35; Mt 5, 14-16; Jn 13, 34-35; 17, 20-21) y espiritual –animada por el Espíritu Santo, carismática – (Hch 2, 1-4.38; 13, 52; Jn 20, 22-23; 1 Cor 2, 9-13; 12, 4; 2 Cor 1, 21-22)
Si la Iglesia no estaría vivificada por el Espíritu, no estaría en ella el poder de Cristo para salvar a los que creen. Pero si no fuera visible y concreto, no podríamos nada que ver con los hombres, pues no podría ser signo de Cristo para ellos.
En el fondo, el error protestante, desde Lutero hasta nuestros días, consiste en que no han comprendido (o no han querido admitirlo) el misterio de la Encarnación del Verbo: un Dios que se hace hombre de carne y hueso como nosotros (Jn 1, 14) y que nos salvamos de ese hombre llamado Jesús (Mt 1, 21; Ef 1, 3-7) 1 *.
La existencia y la misión de la Iglesia responde, por voluntad divina, esa misma "ley de la encarnación". Es decir, el propósito de Dios de haber "encarnado", de algún modo, en su Iglesia, en los sacerdotes, en todos los bautizados, a través de los signos sacramentales, instituciones, etc.
Por eso, para los católicos, cada vez que la Iglesia bautiza, es Cristo el que bautiza (Rm 6, 3-4), cada vez que la Iglesia perdona, es Cristo quien perdona, cada vez que la Iglesia predica la Palabra, es Cristo quien predica y produce el fruto (1 Cor 3, 5-9; 2Cor 5, 20).
Entonces, nos volvemos a preguntar: ¿Quién salva: Cristo o la Iglesia? ¿No es verdad que esa falsa disyuntiva solo la pone las sectas para engañar a los incautos y para los arreglos de la Iglesia Católica?
Por el Padre Dizán Vázquez López.
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