En tiempos de cuarentena a los católicos se nos ha prohibido ir a Misa, mientras que otras actividades que no son realmente de primera necesidad se siguen afectadas a cabo. Afortunadamente los laicos y muchos de nuestros pastores ya se han dado cuenta de esta incoherencia.
Por eso, hoy les quiero compartir esta interesante reflexión hecha por un sacerdote de mi diócesis.
No se asusten. No voy a reivindicar la posibilidad de celebrar la misa con cocacola, como algunos hicieron en tiempos no lejanos.
Regresamos de entregar canastas de víveres en una zona muy pobre a familias que están pasando mal a causa del estado de emergencia. Y nos cruzamos con el camión de la CocaCola que subía renqueante. Entonces se me hizo patente el absurdo: al parecer la CocaCola es el artículo de primera necesidad, mientras que la misa es un puro capricho de los católicos al que pueden renunciar; más aún, deben hacerlo para no poner en riesgo la salud pública.
En las salidas que hacemos – con todos los medios de protección – observamos que, al menos aquí, en Lima sur, los mercados están llenos de gente: riesgo importante de contagio. Pero no pasa nada: hay que alimentar. Por lo visto, también los bancos son de primera necesidad … Pero la misa no es una necesidad vital.
En Lima un párroco ha sido denunciado por un medio de comunicación por admitir a la misa – ioh delito imperdonable – a 12 personas en un templo con capacidad para 500. En España la policía ha interrumpido – amenazando con lesiones a los presentes – en varias ocasiones la liturgia, una de ellas la misa oficiada por el arzobispo de Granada y la que asistieron 20 personas ¡en un espacio en el que entran 900! Normal: la misa no es una necesidad vital.
Que el mundo no creyente considera que la misa es inútil e innecesaria me parece comprensible. Pero que los católicos y los pastores asumamos esos postulados sin la mínima actitud crítica, comienza a ser preocupante. Con nuestra actitud ¿no estamos transmitiendo tácitamente la idea de que la misa no es importante, no es una necesidad vital para el creyente? ¿No damos la impresión de que se trata de algo decorativo, totalmente prescindible? Y algo parecido hay que decir de la confesión y de otros sacramentos.
Me parece que estamos muy lejos de la actitud de los mártires de los primeros siglos. Cuando el emperador prohibió que los cristianos se reunieran, aquella comunidad siguió celebrando el culto clandestinamente. Un grupo de soldados irrumpió en plena misa y les conoció: «¿No saben qué está prohibido?». Ellos respondieron sencillamente: «Nosotros no podemos vivir sin la Eucaristía». Y fueron martirizados. Eran unos 30.
Padre Julio Alonso Ampuero
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