La historia de los reyes magos destaca para nosotros, hasta el día de hoy, y alabamos al Espíritu de Dios porque nos dice algo. En esta historia tenemos una vista del reino de Dios. Algunas personas aparecen de repente esperando el Reino, ellos —distintos a los Israelitas— estaban anhelando que viniera un gobernante a Israel. Así, esperaron y esperaron y no fueron decepcionados. Experimentaron una parte del reino de Dios: Jesús nació, se abrieron los cielos y el poder de Dios se presentó en la tierra.
Sin embargo, hoy día faltan personas que esperen el reino de Dios. Este reino es nuestra única salvación; es lo único que nos fortalece en tiempos de prueba, pero no es suficiente esperar el reino de Dios, el pueblo de Dios necesita ser dirigido. Lo que hace al pueblo de Dios es velar y orar con apremio, esperando el reino de Dios, con corazones obedientes.
Bueno, esta no es y nunca ha sido una idea popular. Muchos prefieren vivir y pensar según sus propias opiniones inflexibles. En nuestra historia, los magos llegaron desde tierras lejanas diciendo: “Hemos visto la estrella que nos indica un rey de los judíos, recién nacido” y los gobernantes y dirigentes se estremecen hasta el propio corazón. No podían soportar la idea de que un nuevo tiempo llegaría, y estaban perturbados.
Pero los magos habían escuchado y esperado a Dios. Miraron las estrellas y de repente apareció un ángel y les dijo: “¡Escuchen!, no ha sido en vano su espera. Ha nacido un niño; desde el cielo altísimo ustedes ya tienen un rey en la tierra. Ahora es solo un niño, luego será un héroe, un príncipe de la paz, todopoderoso, el más poderoso de los hombres en la tierra”. Así, ellos siguieron esta estrella, este ángel de Dios y llegaron al lugar donde estaba el niño y lo adoraron. Aún hoy es así, no se puede simplemente venir al Salvador para adorarlo. Un ángel de Dios debe dirigirte y conmover tu corazón; el Espíritu de Dios debe abrir tu corazón para poder adorar al Salvador. Entonces no dirás “Jesús, mi Salvador” por mera costumbre, sino con poder vivo: “¡Sí, Jesucristo ayer, hoy y por toda la eternidad!”
Pasa lo que pasa, el Salvador está seguro: el reinado fuerte y claro de Dios lo tiene seguro, y nadie lo puede dañar.
Consideremos ahora esta imagen bonita:la adoración tranquila al Salvador. La historia del mundo continúa con sus gobernantes poderosos, como si pudieran cumplir todo; pero algunas personas, ocultas y tranquilas, alaban al Salvador, sus caras dirigidas a él y sus espaldas al tumulto del mundo. Siempre están las mismas preguntas: “¿Quién es el señor en la tierra? ¿Los reyes y emperadores? ¿Los príncipes y pueblos? ¿Las razas o sociedades? O, ¿es Jesucristo el único, para gloria de Dios Padre?” Este es el punto máximo de la gran batalla. Es cuestión de soberanía, no una cuestioncita amable y religiosa. Si lo crees o no, esta cuestión de soberanía pertenece al mundo de hoy: ¿Quién reinará: Jesús o las naciones? ¿Qué estremecerá al mundo: conmociones y provocaciones extranjeras, gritos de guerra y levantamientos de unos países contra otros? ¿Quién poseerá nuestros corazones y mentes? ¿Quién nos conmoverá?
Lo que más nos debería conmover es lograr la verdadera adoración de Jesucristo por medio del Espíritu de Dios, porque sin Jesús nada existe; sin Jesús no hay reino de Dios en la tierra, no hay amor, ni compasión, ni paz, ni perdón de los pecados y no hay salvación. Sin Jesucristo no hay algo en este mundo que pueda levantarnos y ponernos de pie ante la luz de Dios.
Así, los magos adoran tranquilamente y, alrededor suyo, hacen preparaciones para todos los males que el mundo es aún capaz de originar. A menudo nos apena que haya tanto mal, como si el mal tuviera derecho a existir en la tierra. Pero eso tiene que ver con el reino de Dios, como la imagen que se describe aquí. Dejemos que las personas agoten su furia; el Señor lo permite. No se van a controlar por la fuerza. Dejemos que se enfurezcan, todo pasará. El Salvador permanece y será venerado por aquellos que esperan tranquilos el reino de Dios.
Una gran masacre sucedió en Belén; fue un momento terrible para muchas personas, había llanto de desesperación: “Señor Dios, ¿qué quiere decir esto?” Sí, esto pasa a menudo en la historia del reino de Dios. Llegan tiempos, llegan hombres, llega crueldad y barbarismo, al grado de gritar urgentemente: “Señor Dios, ¿cómo es posible? Todo se perderá, si estos poderes terribles continúan existiendo”. No obstante, hay que dejar que el mundo sea arrasado, que haya ira y crueldad; el Salvador está seguro: el reinado fuerte y claro de Dios lo tiene seguro y nadie lo puede dañar.
Así queremos alabar hoy a Dios, porque —con claridad y firmeza— podemos estar al lado de Jesús en las luchas de la tierra. No necesitamos preguntar, “¿Quién es el Señor?” porque sabemos que Jesús es el Señor para la gloria de Dios Padre y nos aferraremos a eso hasta el final. Por supuesto, Jesús es el más fuerte, el más poderoso, el más amoroso, atento y compasivo. Él estremece nuestros corazones para poder tener alegría, aun en medio de la tristeza; y por medio de su nombre, paciencia hasta en los momentos más difíciles.
Extraído de un sermón dado el 6 de enero de 1913. Traducción de Coretta Thomson.