Este año, yo veo el Adviento con mayor intensidad y anticipación que nunca. Mientras camino de un lado al otro en mi celda, tres pasos para allá y tres para acá, con las manos esposadas y un destino incierto por delante, entiendo, de una manera nueva y diferente, la promesa redentora y liberadora de Dios.
Hace dos años, un hombre muy amable me dio un angelito para el Adviento. Llevaba la inscripción: “¡Regocijaos, el Señor está cerca!”. Una bomba destruyó el ángel y mató al hombre que me lo regaló. Creo que él todavía me acompaña, como un ángel.
El horror de la guerra sería insoportable sin el aliento constante que recibimos de las promesas pronunciadas. Siempre hay ángeles anunciadores que declaran su mensaje con las buenas nuevas en medio de la angustia, que esparcen su semilla de bendición que algún día brotará entre las tinieblas; y ellos nos dan esperanza. No son los ángeles de fuertes voces, de regocijo y consumación, que salen al descubierto, como los ángeles de la primera Navidad. Más bien son silenciosos, entran en las habitaciones y los corazones de manera quieta y desapercibida, igual que hicieron en aquel entonces. En silencio nos traen las preguntas de Dios y nos proclaman sus maravillas, las de él, para quien nada es imposible.
A pesar de su solemnidad, el Adviento es un tiempo de seguridad espiritual, porque hemos recibido un mensaje desde las alturas. Sin embargo, si alguna vez se nos olvida el mensaje y las promesas, si solo conocemos cuatro paredes y las ventanas enrejadas de nuestros días grises, si ya no podemos escuchar el suave paso de los ángeles anunciadores, si nuestras almas ya no tiemblan ni se exaltan por sus palabras susurradas, entonces habrá llegado nuestro fin. Viviremos un desperdicio de tiempo y estaremos muertos mucho antes de sufrir cualquier daño.
Si queremos estar vivos, primero debemos creer en la preciosa semilla de Dios que los ángeles han sembrado y que siguen ofreciendo a los corazones abiertos. Entonces, debemos caminar por los días grises de nuestro tiempo como mensajeros anunciadores. ¡Muchos necesitan nuevo ánimo, muchos están desesperados y precisan consuelo! Hay tanta crueldad, que hace falta una mano tierna y una palabra iluminadora; tanta soledad, que clama por una palabra de liberación; y tanta pérdida y dolor que busca sentido espiritual. Los mensajeros de Dios saben que aún en este momento de la historia, el Señor está sembrando su semilla de bendición.
Entender este mundo a la luz del Adviento significa perseverar en la fe y esperar la fertilidad de la tierra silenciosa y la abundancia de la cosecha venidera; no porque pongamos nuestra confianza en la tierra, sino porque hemos escuchado el mensaje de Dios y cada uno de nosotros ha conocido personalmente a uno de sus ángeles.
El Adviento es el tiempo de la promesa; todavía no es el tiempo del cumplimiento. Para los ojos que no ven, parece que los dados definitivos se están echando aquí en el valle de la muerte: en los campos de batalla, en las ciudades de violencia y pobreza y en las almas de millones que viven en la desesperación. Los que están despiertos, sin embargo, perciben que obra otro poder: la verdad eterna que alumbra su luz del radiante cumplimiento por venir.
Suenan las primeras notas desde lejos, aún no discernibles, como una canción o melodía. La nueva canción del futuro de Dios todavía está distante, apenas anunciada y predicha. Pero se está cumpliendo. Está ocurriendo hoy mismo. Y mañana los ángeles proclamarán lo que ha sucedido con voces fuertes y jubilosas. Nos enteraremos de ello y nos alegraremos.
Traducción de Coretta Thomson