En desafío a todos los poderes por Peter Mommsen


“¡Libertad!” fue lo que Hans Scholl y dos compañeros de estudios pintaron en las paredes por todo Múnich durante la noche del 3 de febrero de 1943. Los tres amigos, todos veinteañeros, eran miembros del movimiento antinazi conocido como la Weiße Rose o la Rosa Blanca. Pintaban la palabra a mano, con letras de casi un metro de altura, usando pintura negra a base de alquitrán, que fuera difícil de limpiar. Para sus otras consignas ―“Abajo Hitler” y “Hitler, el asesino de masas”― usaban esténciles. Dos de ellos se encargaban de hacer el trabajo y el tercero montaba la guardia con una pistola.

El verano anterior Hans Scholl y otros miembros de la Rosa Blanca habían estado escribiendo y distribuyendo volantes ilegales que exigían “¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!”. Esos breves manifiestos condenaban el “infrahumanismo nacionalsocialista”, denunciaban la guerra y la campaña alemana de exterminio de judíos en Polonia y llamaban a la resistencia y al sabotaje. En esa época el grupo tenía acceso a una multicopista y distribuía miles de copias de manera anónima en lugares públicos y por correo, así como a través de sus contactos en otras ciudades. Durante los recesos académicos, Hans Scholl servía en el ejército como médico y había visto, de primera mano, los horrores del frente oriental. La campana de pintar grafitis a medianoche fue la respuesta de la Rosa Blanca a la derrota del 6° Ejército de Alemania en Stalingrado, donde habían perdido la vida al menos 1 200 000 personas, incluyendo a 200 000 soldados alemanes.

Una mañana, dos semanas más tarde, Hans y su hermana Sophie, de veintiún años, salieron a distribuir el sexto y último volante de la Rosa Blanca en el campus de la Universidad de Múnich. “¡Compañeros estudiantes!”, comenzaba. “Nuestra nación presencia, devastada, la caída de los hombres de Stalingrado… El día de ajustar cuentas ha llegado; el ajuste de cuentas de nuestra juventud alemana con la tiranía más despreciable que nuestra nación haya padecido. En nombre de toda la juventud alemana, exigimos al Estado de Adolf Hitler nuestra libertad personal… ¡Nuestra nación está al borde de un levantamiento contra la esclavización de Europa a manos del nacionalsocialismo, en el nuevo y fervientemente creyente avance de la libertad y el honor!”

Julio Larraz, El gran pez, óleo sobre lienzo, 2009. Reproducido con el permiso de Julio Larraz y Havoli Fine Art Management, Inc.

Una vez distribuida en todo el campus la mayoría de los 1500 volantes dispuestos en pilas, Sophie tuvo el impulso de lanzar un montón de copias desde la balaustrada en un patio de una residencia estudiantil universitaria. Un bedel la vio, cerró con llave el edificio y llamó a la policía. Ella y Hans fueron arrestados por la Gestapo. Él recordó demasiado tarde que en su bolsillo llevaba el borrador de un séptimo volante escrito por su amigo Christoph Probst. Poco después, la Gestapo detuvo a Probst, quien también era un estudiante y padre de tres niños. Cuatro días después del arresto inicial, en un juicio que duró dos horas, los tres fueron condenados a muerte por traición y fueron ejecutados. (Otros miembros de la Rosa Blanca, incluyendo a Willi Graf y Alexander Schmorell, dos grafiteros compañeros de Hans, fueron ejecutados en los meses siguientes). Ante el tribunal, Hans insistió en que había actuado libremente: “Sabía de qué me estaba haciendo cargo y estaba preparado para perder mi vida al hacerlo”.

En este año de contienda electoral presidencial en Estados Unidos ambos candidatos han sacado provecho de la palabra libertad. “Elegimos la libertad”, anunció Kamala Harris en su primer video de campaña, prometiendo defender el acceso al aborto, combatir la violencia de las armas, luchar contra la pobreza y asegurar que “nadie está por encima de la ley”. La banda de sonido del video es la canción de Beyoncé, “Freedom” ―es decir, “libertad”―, una de las canciones favoritas en los mítines de Harris. Mientras tanto, Donald Trump promete en su plataforma defender “nuestras libertades fundamentales, incluyendo la libertad de expresión, la libertad religiosa y el derecho a tener y portar armas”. Ha hablado de construir diez nuevas “ciudades de la libertad” que estén libres de control gubernamental.

No hay duda de que “libertad” puede significar muchas cosas, no todas compatibles entre sí. De todas formas, las referencias a la libertad de ambos candidatos comparten una base común al reivindicar el ideal estadounidense de autodeterminación. Pero, ¿autodeterminación para qué? ¿Por qué clase de libertad valdría la pena morir?

Nosotros, personas modernas, solemos entender la libertad como algo que se define por la negativa: no ser dominado. Libertad significa cadenas que se rompen, esclavos que se emancipan, opresores y entrometidos que pierden su poder. Significa libertad de los gobiernos tiránicos, las élites jactanciosas y los encargados de hacer cumplir los estrictos códigos sociales.

Este tipo de libertad está en el corazón de la democracia liberal, arraigada en la Ilustración. Es el tema central de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de la Revolución Francesa, redactada en 1789 por el marqués de Lafayette con ayuda de Thomas Jefferson: “Los hombres nacen libres e iguales en derechos… La libertad consiste en poder hacer todo lo que no perjudique a los demás”.

Estas palabras resonantes, que ejercerían una enorme influencia en el desarrollo de las sociedades “libres”, tienen una indudable majestuosidad. En tanto ideal político, concuerdan con, y probablemente derivan de, la enseñanza cristiana según la cual cada ser humano es creado a imagen de Dios, cuya misma esencia (según el Nuevo Testamento), es la libertad. Ser humano, por lo tanto, simplemente es nacer libre. Tal como Jefferson lo había escrito trece años antes en la Declaración de Independencia de Estados Unidos, significa poseer un “derecho inalienable” a la libertad como un don otorgado por el Creador de la humanidad.

Fue en nombre de esa libertad revolucionaria que la Rosa Blanca resistió la “esclavización de Europa”. Sus volantes exigían las libertades civiles que son fundamentales para la democracia liberal, incluyendo la libertad de expresión y la religiosa, la libertad académica y la “libertad del ciudadano individual del despotismo”.

Pero esa clase de libertad es incompleta. Aunque Hans y Sophie Scholl arriesgaron su vida por ella, reconocían que la libertad política, por sí sola, se ve empobrecida. Bajo la influencia de mentores católicos como Carl Muth y Theodor Haecker, los dos hermanos se habían sumergido en los textos de Agustín y Tomás de Aquino. A partir de ellos habían descubierto una visión de la libertad que era más profunda, rica y antigua. 

Según estos pensadores, la libertad no solo es libertad de la dominación o la restricción externas. Igualmente importante es la libertad para: nuestra capacidad interna para actuar. Esto requiere autogobierno, autodominio, la superación de la voluntad dividida, de la akrasia, como la llaman los filósofos griegos y la Biblia. Esta libertad no puede ser garantizada por un gobierno ni por nadie más, sino que debe ser cultivada en la propia vida de cada uno.

memebers of the white rose movement

Hans Scholl, Sophie Scholl, y Christoph Probst. Hans Scholl, ca. 1940. Usado con permiso de akg-images / Interfoto. Sophie Scholl, fotografía © 2024 by Manuel Aicher, Rotis, Germany. Usado con permiso. Christoph Probst, fotografía de Gedenkstätte Widerstand. Usado con permiso de Weisse Rose Institut e.V.

Puesto que para muchas personas en la actualidad este tipo de libertad ya no es intuitiva, puede ser útil considerar un ejemplo. Tomemos a un violinista virtuoso que está tocando una partita de Bach. Su libertad para tocar está en el mismo acto de tocar. Esta libertad no proviene de circunstancias externas; por decir algo, no estar esposado, no tener el derecho político de hacer música o no poseer un instrumento. En lugar de eso ―como está aburrido de escuchar mi hijo adolescente, que solo quiere ir a pescar― la libertad de tocar el violín proviene del compromiso. Se gana al entregarse a lo que inicialmente parecería el opuesto a la libertad: lecciones, práctica, disciplina. El célebre director Serge Koussevitzky, a pesar de que su discípulo Leonard Bernstein lo recordaba como “un hombre muy amable y gentil”, solía decir a los músicos: “Debes sufrir. ¿Por qué no sufres más? Solo entonces la música será hermosa”.

En sus cartas Hans Scholl describe la libertad “moral” o espiritual”, una libertad que no depende de circunstancias externas, incluyendo el régimen político en el que uno vive. En agosto de 1942, mientras estaba en el frente ruso, escribió en su diario: “Sé cuán limitada es la libertad humana, pero el hombre es esencialmente libre, y esa libertad suya lo vuelve humano”. Esta libertad esencial es un modo de ser que uno puede hacer propio “en desafío a todos los poderes”, según un poema de Goethe acerca de la libertad, que la familia Scholl tenía por lema. O, como Hans expresó en lo que podría ser tomado como su principio rector: “Vivir la vida plenamente, o no vivirla”.

¿Cómo puede una persona ganar esta libertad? En La broma infinita, su novela de 1996, David Foster Wallace describe un modo. El libro registra la vida de personajes con diversas adicciones: al deporte, sustancias químicas, sexo y diversión. Uno de ellos es Don Gately, que reside en un centro de rehabilitación de Alcohólicos Anónimos en Boston. Lucha contra la akrasia de un drogadicto: “¿Por qué no puedo dejarlo cuando quiero dejarlo?”

El tercero de los Doce Pasos de AA sugiere que volvamos la voluntad enferma hacia la dirección y el amor de “Dios, como lo concebimos”. Se supone que uno de los principales ganchos de AA para atraer personas es que uno llega a elegir su propio Dios. Uno llega a construir su propia comprensión de Dios o de un Poder Superior o de Alguien-/Algo… Uno podría pensar que sería más sencillo si ingresara desde el punto cero del camino de los antecedentes o preconceptos confesionales; uno podría pensar que sería más sencillo hacer algo como inventar un Dios Superpoderoso desde cero y luego construir una comprensión. Pero Don Gately se lamenta de que esta no haya sido su experiencia. Su única experiencia hasta el momento es que él toma una de las sugerencias muy raras y específicas de AA y se arrodilla en la mañana y pide Ayuda y luego se arrodilla de nuevo a la hora de dormir y dice Gracias ―ya sea que crea estar hablándole a Algo/-corporal o no―, y de algún modo atraviesa limpio ese día.

Para Gately, las recetas de AA funcionan, tal como descubre después de varios meses dentro del programa:

Él carecía de cualquier cosa parecida a un concepto similar a Dios, y quizá incluso menos que nada en términos de interés en el asunto. Consideraba la oración como poner la temperatura del horno según las instrucciones de una caja. Pensar en ella como si estuviera hablando al techo era de alguna manera preferible a imaginar estar hablándole a la Nada. Le parecía vergonzoso arrodillarse en ropa interior y, al igual que el resto de los otros en la habitación, siempre fingía que sus zapatillas estaban bajo la cama y tenía que quedarse agachado para encontrarlas y sacarlas de allí, cuando oraba, pero lo hacía y suplicaba al cielo y agradecía al cielo, y quizá después de cinco meses, Gately (…) de pronto se dio cuenta de que habían pasado unos días desde que había pensado por última vez en el Demerol o el Talwin, o incluso la marihuana. Se trataba no solo de atravesar esos últimos días, sino de que ni siquiera había pensado en las Sustancias. Es decir, el Deseo y la Compulsión habían sido Eliminados. Las semanas transcurrieron en una nebulosa de Compromisos y reuniones y humo de cigarrillos y clichés, y él aún no sentía nada parecido a su antigua necesidad de colocarse. De alguna manera, era Libre. Desde sus, digamos, diez años, esa era la primera vez que se sentía fuera de esa clase de jaula mental. No podía creerlo.

Para Gately ―así como para innumerables participantes reales en los programas de los doce pasos desde la fundación de AA en 1935― la libertad llega de un modo paradójico: entregándose a Otro.

Los puntos de vista de David Foster Wallace acerca de la religión eran complicados. Pero, al igual que muchos de sus lectores han observado, su retrato de la recuperación de Gately recuerda un texto central del Nuevo Testamento acerca de la libertad. (Esto resulta difícilmente fortuito, puesto que Alcohólicos Anónimos en la vida real, aunque sin afiliación religiosa, originalmente surgió del Movimiento de Oxford, un grupo de avivamiento cristiano). En su carta a los romanos, el apóstol Pablo lucha contra el mismo dilema que condujo a Gately a la rehabilitación: ¿Por qué no puedo dejarlo cuando quiero dejarlo?

Aunque deseo hacer lo bueno, no soy capaz de hacerlo. De hecho, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. (…) Porque en lo íntimo de mi ser me deleito en la Ley de Dios; pero me doy cuenta de que en los miembros de mi cuerpo hay otra ley, que es la ley del pecado. Esta ley lucha contra lo que considero bueno, y me tiene cautivo. ¡Soy un pobre miserable! ¿Quién me librará de este cuerpo sujeto a la muerte? (Ro 7:18-19, 22-24)

Dicho de un modo anacrónico, para Pablo la “ley del pecado” es un tipo de adicción. Nos priva de nuestro derecho inalienable a la libertad, nos roba nuestra capacidad de hacer lo que verdaderamente queremos. La liberación de esa “esclavitud” requiere los dos primeros pasos de los doce: honestidad acerca de la propia impotencia y volverse hacia un Poder Superior en busca de ayuda. Tal como él describe el medio de recuperación: “Pero gracias a Dios que, aunque antes eran esclavos del pecado, ya se han sometido de corazón a la enseñanza que les fue transmitida. En efecto, habiendo sido liberados del pecado, ahora son ustedes esclavos de la justicia”. (Ro 6:17-18).

Según la opinión de Pablo, seremos libres no cuando elijamos cualquier cosa que podamos desear, sino cuando deseemos como Dios desea, es decir, cuando amemos, en el sentido de los dos grandes mandamientos de Jesús de amar a Dios con el corazón, el alma, la mente y la fuerza, y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Más tarde, Agustín condensó esas ideas en su célebre aforismo: “Ama y haz lo que quieras”. Al igual que el efecto de las notas altas de un violín, esta clase de compromiso expande, en lugar de limitar, nuestra alma.

Resulta notable cuán explícitamente los miembros de la Rosa Blanca, incluso cuando defendían la libertad política, enfatizaban las raíces espirituales de la libertad en modos que recuerdan el Nuevo Testamento. Su cuarto volante diagnostica el mal del nacionalsocialismo como un tipo de adicción ―una mala elección que conduce a una pérdida de la capacidad para abandonar lo que no se desea― y parece sugerir que la cura requiere la intervención de un Poder Superior:

En todas partes y a toda hora los demonios han estado acechando en las tinieblas, esperando el momento en que el hombre esté débil; cuando por voluntad propia abandona su lugar en el orden de la creación tal como Dios lo creó para él en libertad; cuando se rinde a la fuerza del mal, se separa a sí mismo de los poderes de un orden superior; y, luego de dar voluntariamente el primer paso, es llevado a dar el siguiente y el siguiente a una velocidad frenéticamente acelerada. En todas partes y en todos los momentos de mayor prueba las personas han aparecido, profetas y santos que valoraban su libertad, que predicaban al único Dios y que con su ayuda llevaban a las personas a revertir su rumbo en caída. El hombre es libre, sin duda, pero sin el verdadero Dios se haya indefenso ante el principio del mal.

El volante sostiene que, incluso en los asuntos políticos, la libertad no se alcanza solamente a través de los esfuerzos propios. Llega como un don de un Dador, que reclama, a cambio, nuestra libre obediencia. Como Agustín y Tomás de Aquino enseñaron, cuanto más cerca estemos del Dador de libertad ―más amaremos lo que él ama y desearemos lo que él desea―, más libres seremos. 

Este tipo de libertad no depende de un orden político, ni siquiera de la propia libertad física. Es posible incluso dentro de una celda en una prisión.

Luego de su breve juicio en la mañana del 22 de febrero de 1943, Hans Scholl, Sophie Scholl y Christoph Probst escucharon su sentencia de muerte a las 12:45 p.m. Las autoridades, en Berlín, estaban ansiosas de que la sentencia fuera llevada a cabo el mismo día. El Gauleiter local encargó a un carpintero la construcción de un patíbulo para una ejecución pública, pero su orden fue anulada por Heinrich Himmler, a quien le preocupaba que los estudiantes se convirtieran en mártires.

En la prisión, donde pasaron sus últimas tres horas, Christoph recibió el bautismo y la comunión de un sacerdote católico. Hans y Sophie querían hacer lo mismo, pero se contuvieron por respeto a su madre, una luterana devota, y recibieron la comunión del pastor protestante de la prisión.

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Julio Larraz, Falcón a borde, óleo sobre tela, 2000. Reproducido con el permiso de Julio Larraz y Havoli Fine Art Management, Inc.

A las cuatro de la tarde, se informó a los tres de que la apelación final de clemencia había sido denegada y que la ejecución sería a las cinco.

Un rato antes, los guardias de la prisión no aplicaron sus propias reglas y permitieron que los tres compartieran un último cigarrillo. Los hermanos Scholl pudieron despedirse de sus padres. Christoph, cuya esposa no estaba al tanto del destino de su marido (se encontraba en el hospital con fiebre puerperal), supo en ese momento que jamás vería a su hija nacida cuatro semanas antes. De cualquier modo, parece haber estado en paz. Cuando llegó el momento de decir adiós, según recordarían más tarde los guardias, les dijo a los otros: “En unos minutos nos volveremos a ver en la eternidad”.

Sophie fue conducida primero a la guillotina; Christoph fue el último. Dos minutos después de que ella hubiera muerto, los guardias fueron a buscar a Hans. El informe oficial de la ejecución señala que el tiempo transcurrido entre la salida de la celda y la muerte fue de cincuenta y dos segundos y que “el condenado estaba tranquilo y sereno”. Agrega: “Sus últimas palabras fueron: ´¡Larga vida a la libertad!´”.

En una carta a un amigo, escrita en octubre del año anterior, Sophie resumía su propia opinión acerca de qué era la libertad. Debemos, sugería, emplear la libertad que el Creador nos ha dado y elegir la belleza de su plan concebido para nosotros y para el mundo. A pesar de los horrores en la historia humana, ella confiaba en que ese plan triunfaría:

¿Acaso no es misterioso ―y también aterrador, cuando uno desconoce la razón― que todo sea tan bello a pesar de las terribles cosas que están sucediendo? Mi puro deleite hacia todas las cosas bellas ha sido invadido por una gran incógnita, un indicio del Creador cuyas criaturas lo glorifican con su belleza. Por eso solo el hombre puede ser feo, porque tiene el libre albedrío para disociarse de esa canción de alabanza. En la actualidad, a menudo nos sentimos tentados a creer que él ahogará la canción con una balacera, maldiciones y blasfemias. Pero durante la primavera pasada, de pronto me di cuenta de que él no puede, y yo intentaré ponerme en el bando ganador.


Traducción de Claudia Amengual

  • Evangelio

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