Hágase su voluntad por Edith Stein



“Hágase su voluntad,” en toda su plenitud, debe ser la regla de la vida cristiana. Debería orientar todos los días, desde la madrugada hasta el atardecer, todo el año, toda la vida. Solo así esta regla será el único interés del cristiano. El Señor se encarga de los demás asuntos, pero esta regla sigue siendo nuestro único deber mientras estemos con vida. Tarde o temprano nos enteramos de esta realidad. En la niñez de la vida espiritual, cuando apenas hemos empezado a permitirnos ser dirigidos por Dios, sentimos con firmeza y seguridad su dirección. Pero, no es así siempre. Quien pertenece a Cristo debe recorrer el camino entero con él. Debe madurar y volverse adulto, algún día debe ir por el camino de la cruz hasta Getsemaní y el Gólgota.

¿Tú vas a permanecer fiel al Crucificado? Considéralo con cuidado. El mundo está en llamas y la batalla entre Cristo y Anticristo se lleva a cabo abiertamente. Si optas por Cristo, eso puede costarte la vida. Considera con cuidado antes de comprometerte.

Allí en frente tuyo está el Salvador; está colgado en la cruz porque él fue obediente hasta su muerte. No vino al mundo para hacer su propia voluntad, sino para cumplir aquella de su padre. Si deseas ser la novia del Crucificado, tú también debes renunciar por completo a tu voluntad y dejar de desear todo menos esto: hacer la voluntad de Dios.

El Salvador está colgado allí en la cruz, desnudo y desamparado, porque él eligió la pobreza. Quien quiera seguirle necesita renunciar a todos los bienes mundanos. No basta con que, en algún momento, dejes todo y entres en un monasterio. Hay que tomar en serio este mandato, incluso ahora. Recibe con gratitud lo que la providencia de Dios te envía. Con alegría, vive privado de lo que él te niega. No te preocupes por el cuerpo, con sus necesidades triviales e inclinaciones, más bien, deja esa preocupación a quienes están encargados de ella. No te preocupes tampoco por mañana, ni siquiera por la próxima comida.

Si optas por Cristo, eso puede costarte la vida. Considera con cuidado antes de comprometerte.

El Salvador está colgado ante ti con el corazón atravesado. Ha derramado la sangre de su corazón para ganar el tuyo. Si quieres seguirle con pureza santa, tu corazón debe estar libre de cualquier deseo terrenal. Jesús, el crucificado, debe ser el único objeto de tus deseos, tus esperanzas y tus pensamientos.

El mundo está en llamas. ¿Deseas extinguirlas? Mira la cruz. La sangre del salvador sale a chorros desde su corazón abierto, y esta sangre es la que apaga las llamas infernales. Libera tu corazón por medio del fiel cumplimiento de tus votos; entonces, las aguas del amor divino serán derramadas sobre ti y llenarán tu corazón hasta desbordarse, para dar fruto hasta los confines de la tierra.

Escuchas los gemidos de los heridos en campos de batalla, al este y oeste, pero no eres ni médico ni enfermera, por eso no puedes vendar las heridas. De hecho, ni siquiera puedes llegar hasta allí. ¿Escuchas la angustia de los agonizantes? Desearías ser sacerdote, para poder consolarles. ¿Te afligen los lamentos de las viudas y los huérfanos? Desearías ser un ángel de misericordia, para poder ayudarles. Contempla, luego, al Crucificado. Si estás unido a él por medio del fiel cumplimiento de tus votos santos, tu ser será sangre preciosa. Unido con él, serás omnipresente tal como él. No puedes ayudar por aquí y por acá como el médico, la enfermera o el sacerdote. Sin embargo, podrás estar en todos los frentes, dondequiera que haya tristeza, por el poder de la cruz. Tu amor compasivo te llevará a todas partes, este amor del corazón divino —cuya sangre preciosa alivia, sana y salva— se derramará en todas partes.

Los ojos del Crucificado te contemplan, preguntan e interrogan. ¿Renovarás tu pacto con él, con toda seriedad? ¿Qué responderás?

“Señor, ¿a quién iremos?, tú tienes palabras de vida eterna”.


Traducción de Coretta Thomson

  • Evangelio

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