Categorías: Cultura cristiana

Mis votos me hacen feliz por Norann Voll


Querida Daniela:

La semana pasada me preguntaste acerca de mis votos de por vida en el Bruderhof —la comunidad cristiana de base familiar a la que pertenezco— y por qué digo que este compromiso es fuente de alegría para mí. Es una pregunta que me gusta responder aunque es demasiado compleja para responderla brevemente en una carta, ¡pero lo intentaré!

Ya has leído acerca de nuestros votos y sabes que reflejan los tradicionales votos monásticos de pobreza, castidad y obediencia. Luego te diré algo más sobre esto.

Comenzaré con nuestra promesa de fidelidad de por vida a la comunidad-iglesia y a nuestros hermanos y hermanas. Como comprenderás, no son votos que puedan hacerse a la ligera. La edad mínima para ser miembro pleno es veintiún años, además, toda persona debe cumplir un período de prueba (por lo general, varios años) a fin de que tanto la persona como los miembros de la iglesia estén convencidos de su llamado a seguir este camino. 

Marie Kondo y sus consejos para ser feliz no tiene punto de comparación con los anabaptistas del s. xvi en cuyas comunidades-iglesia se inspira nuestra vida comunitaria presente; ellos tenían perfectamente claro que los votos de por vida solo se hacen “para gozo y deleite del alma”.

Sé que quizás a mucha gente le resulte difícil entender qué relación puede haber entre gozo y votos de pobreza, castidad y obediencia. Solo puedo decirte cómo lo vivo yo: a través de mis votos he conocido una plenitud de vida solo comparable a la alegría cotidiana de estar casada con el amor de mi vida.

Panes horneadas por la autora, una aficionada de la cocina y la hospitalidad. Fotografías cortesía de la autora.

Crecí dentro de la comunidad-iglesia, pero me fui de casa al terminar la escuela secundaria para explorar opciones de vida y pensar en mi futuro, una experiencia que la comunidad anima a todos los jóvenes a vivir. (Permanecer y hacerse miembro “porque mamá y papá lo hicieron” o porque “es lo único que conozco” sería una sentencia de muerte para una iglesia que busca vivir un discipulado radical). Durante ese tiempo, tuve mi experiencia de conversión, le entregué mi corazón a Cristo y me arrepentí de mis muchos pecados. Experimenté un nuevo y primer amor por Jesús y supe que estaba llamada a entregar mi vida a su servicio de manera incondicional.

El siguiente paso, lógicamente, fue considerar asumir un compromiso de por vida en respuesta a ese llamado.

Quizá te preguntes por qué asumir un compromiso de por vida. Después de todo, los seguidores de Cristo son parte de la Iglesia universal, “el cuerpo de creyentes”. ¿Por qué comprometerse con una expresión de fe particular?

Pues bien, ¿has pensado qué sería un casamiento sin votos? No sería más que una linda reunión con familia, amigos y buena comida, que confirma que dos personas se aman en un momento dado. Y nada más. No habría promesas ni lágrimas de alegría al pensar en “hasta que la muerte nos separe” cuando la novia y el novio prometen ser fieles pase lo que pase y se embarcan en esa tremenda aventura plagada de incógnitas, que conforma la vida matrimonial.

En lo personal, sabía que quería la seguridad de los votos porque esos votos nos sostienen cuando la amenaza de la infidelidad se cierne sobre nosotros. Yo quería sentirme sostenida. Quería la seguridad de un vínculo recíproco; un vínculo que da sustento y añade sentido a mi compromiso, que no me encierra ni pone límites, sino que me da alas fuertes y vigorosas para que vuele alto.

Por supuesto, si una persona hace votos y más adelante decide dejar la iglesia, no tratamos de retenerla contra su voluntad. Si la vida de consagración ya no la hace feliz y la persona no está interesada en reavivar la llama, no tiene sentido que se quede, aun cuando sea triste la despedida. 

Por fin, ¿en qué consisten esos votos? Daré tan solo un pantallazo. (Para una descripción más detallada, consulta los libros Por qué vivimos en comunidad y Discipulado que tratan este tema en profundidad).

Pobreza: Prometemos no poseer absolutamente nada y renunciar a todas las posesiones. En lugar de tener bienes individuales, la comunidad cubre nuestras necesidades y, siempre que sea posible, se destinan recursos a obras misioneras o solidarias. Es importante entender el espíritu de este voto; no se trata, obviamente, de compartir la ropa o el cepillo de dientes. Y nuestro estilo de vida, aunque sencillo para los estándares de la clase media en Occidente, está lejos de ser espartano. Aunque sí implica que nada de lo que tengo o uso a diario me pertenece, desde la casa donde vivo con mi familia hasta los muebles o el equipo informático en el que estoy trabajando. Mi vida está libre de cualquier exigencia material. ¡Es una sensación increíblemente liberadora!

Castidad: Prometemos perseguir la pureza en las relaciones entre nosotros y con todas las demás personas. Afirmamos la santidad del matrimonio entre un hombre y una mujer como el único espacio dado por Dios para una relación sexual. Sean solteros o casados, todos los miembros buscan relacionarse unos con otros de manera sincera y teniendo a Cristo como centro, a fin de honrar y celebrar lo que Dios ha puesto en cada persona que encontramos en nuestro camino.

Obediencia: Prometemos proclamar a Jesús. Para mí, nuestra vida entera es un intento de proclamar las enseñanzas de Jesús. No hacemos proselitismo pero tratamos de que nuestra vida refleje lo que creemos. Prometemos servir a otros (¡con alegría!) y poner nuestro mejor empeño en las tareas que nos encomiendan. Quizá este asunto de la obediencia te parezca muy fuerte. En lo personal, como nada es más importante para mí que mi fe en Jesús, querer entregarme por entero a su servicio es una consecuencia lógica. Además, he comprobado que cuando me asignan una tarea para la que no creo estar preparada, ese desafío enriquece mi vida llenando mis días de asombro y aventura. (Y si realmente no estoy hecha para esa tarea, eso resultará evidente, y ¡puedo probar algo diferente!).

La autora comparte una comida, preparada por ella, con amigos.

Dentro de nuestra comunidad iglesia, cada uno pone sus dones y capacidades al servicio del todo. A la vez, el todo compensa las debilidades e imperfecciones individuales. Esto es importante porque cuando tienes un grupo muy diverso de personas viviendo y trabajando juntas, las debilidades e imperfecciones abundan. De igual modo que en un matrimonio real suele haber más lunes que Días de San Valentín, nuestra vida diaria en la comunidad no es un escape fuera de la realidad, sino una maravillosa oportunidad de tener un acercamiento personal con la imperfección humana. Así como buscar permanentemente la perfección puede destruir el más “perfecto” de los matrimonios, de manera similar, nuestra comunidad, lejos de ser un ideal utópico (tampoco queremos que lo sea) es más bien un gozoso despliegue de debilidades.

Lo bueno es que como hicimos votos de ser leales unos con otros, estamos comprometidos a resolver los problemas que surjan.

Una comunidad solo prospera cuando todos sus miembros anteponen las necesidades de los demás a las propias. La recompensa, cuyo valor no puede medirse en dinero, es gozo y paz perdurables aun en los momentos más difíciles que me ha tocado atravesar. A esto se suma un sentimiento de plenitud duradera, una familia extendida que siempre está allí, paciente y fiel, y muchas más risas que lo que jamás hubiera imaginado.

Al haber verdadero compromiso, también hay acogida y cuidado amoroso de todas las personas. Cada hermana, hermano o niño son valorados cualquiera sea su situación, edad o capacidad, de modo que a ningún miembro debe preocuparle si es suficientemente bueno o valioso. Nadie tiene que probar nada, y no hay ninguna presión para ser mejor o salir adelante; se trata, en cambio, de asumir el compromiso cada día, a cada paso, de alegrarnos juntos, entristecernos juntos, hablar con amor sincero, trabajar y adorar juntos, y vivir como iguales plenamente consagrados.

Eso es lo que entraña asumir un compromiso de por vida con un cuerpo de creyentes: pase lo que pase, te sientes sostenido y amado más allá de lo imaginable por una comunidad que te conoce, cree y confía en ti y continuamente te alienta a alcanzar el nivel más alto y profundo de tu llamado. Las asperezas del mundo no cambian y las dificultades cotidianas no desaparecen; el pasado procurará crear división, y las raíces de amargura intentarán brotar. Pero el amor y un firme compromiso hacen posible que cada uno de nosotros viva cada día en gracia, gozo y novedad de vida.

De alguna manera, creo que no le he hecho justicia a tu pregunta por qué me hace tan feliz mi compromiso de por vida con la comunidad Bruderhof. Pero espero que podamos seguir con nuestra conversación para animarnos mutuamente en el camino hacia una vida ¡más plena y llena de gozo!

Con cariño,

Norann


Traducción de Nora Redaelli.

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