NOTICIACRISTIANA.COM.- La vida espiritual de cada persona puede verse amenazada por factores que ensucian el corazón. Estos elementos contrarios a la palabra de Dios pueden oscurecer el alma, separándonos de su presencia.
Según la Biblia, lo que realmente contamina es lo que emerge de nuestro interior, aquellos sentimientos y pensamientos negativos que afectan nuestra conexión con Dios.
En el evangelio de Marcos 7:14-23, Jesús nos recuerda: «Nada hay fuera del hombre que entre en él, que le pueda contaminar; pero lo que sale de él, eso es lo que contamina al hombre». Esta enseñanza subraya que lo importante no es lo externo, sino los pensamientos, palabras y actitudes que reflejan lo que llevamos en el corazón.
Jesús nos enseña que lo que sale de nuestro corazón tiene el poder de ensuciar nuestra vida espiritual. En Mateo 15:18-20, aclara que los pensamientos y acciones negativas, como los malos deseos y las mentiras, emanan del corazón y son los que contaminan al ser humano.
La Biblia recalca que nuestro corazón es la fuente de vida y, si se contamina, puede impedirnos experimentar las bendiciones divinas.
Mantener el corazón limpio es esencial para recibir la guía y protección de Dios. La comunión con Él nos fortalece para enfrentar las tentaciones y mantenernos alejados de aquello que podría corrompernos. Sin embargo, cuando nuestras acciones reflejan odio, resentimiento y envidia, nos alejamos de Dios y perdemos la paz espiritual.
Existen actitudes que pueden ensuciar nuestro cuerpo y mente, desviándonos del propósito divino. La depresión es un ejemplo de ello. Este trastorno afecta a muchas personas, llevándolas a la desesperanza. Pero en Cristo encontramos esperanza y herramientas para superar esta prueba. Como se señala en 1 Pedro 4:12-14, las dificultades no son motivo de sorpresa, sino una oportunidad para participar en los padecimientos de Cristo y, así, encontrar fortaleza en Dios.
Otra actitud que contamina es la ira. Este sentimiento puede afectar tanto nuestra vida espiritual como nuestra salud física, generando enfermedades y obstaculizando nuestra relación con Dios.
La ira, junto con la ansiedad, nos roba la paz y nos aleja de las enseñanzas divinas. Efesios 4:26-27 nos exhorta a no pecar en nuestro enojo, sino a resolver los conflictos antes de que caiga la noche, evitando dar espacio al mal.
La indiferencia y la desesperanza también pueden envenenar el alma. Cuando perdemos el propósito espiritual, desviamos nuestra atención hacia las banalidades del mundo y nos alejamos de Dios.
La pérdida de esperanza puede llevarnos a la incredulidad y a un estado de desánimo constante. En momentos de prueba, es fácil dudar, pero Dios nos recuerda en Salmos 46:1-4 que Él es nuestro refugio y fortaleza. Él está siempre presente en nuestras tribulaciones, brindándonos la paz que el mundo no puede ofrecer.
Para cuidar el corazón y evitar que se contamine, debemos guardar los pensamientos y emociones que afectan nuestra conexión con Dios. Proverbios 4:23 nos aconseja: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida”. Este versículo nos recuerda que el corazón representa el centro de nuestra vida espiritual y que sus pensamientos y sentimientos impactan tanto en nuestra salud como en nuestra relación con Dios.
Es importante que mantengamos relaciones saludables y rodearnos de personas que también busquen a Dios. Nuestras amistades y nuestra familia pueden ser un apoyo fundamental para sanar un corazón herido, siempre que estén cimentadas en la fe.
Sin embargo, si nuestro entorno carece de valores espirituales, puede llegar a contaminarnos. Al alejarnos de Dios, el desánimo y la desesperanza pueden abrir puertas que nos desvíen de su voluntad y nos expongan a influencias dañinas.
La Biblia nos muestra que Dios usa a quienes son rechazados por el mundo para manifestar su gloria, como lo hizo con personajes como David y José. Él nos recuerda en 1 Corintios 1:28 que “lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios”.
Si mantenemos una relación cercana con Dios, evitando los pensamientos y sentimientos que nos ensucian, Él puede usarnos para cumplir su propósito.
En conclusión, las cosas que ensucian nuestro corazón surgen cuando perdemos el contacto con Dios y dejamos que el odio, la envidia y la desesperanza llenen nuestro ser.
La mejor manera de evitar esta contaminación es permanecer firmes en la fe, apoyándonos en su palabra y rodeándonos de personas que compartan nuestra fe.
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