NOTICIACRISTIANA.COM- En diciembre del año pasado, el Papa Francisco hizo un llamado significativo dirigido a los pastores de la Iglesia Católica: «Por favor, no duréis más de diez minutos, ¡nunca! Esto es muy importante».
Este mensaje se basa en la idea de que la atención de la audiencia comienza a decaer después de aproximadamente ocho minutos.
En lugar de seguir extendiendo un sermón sin eficacia, el Papa sugiere que los predicadores se centren en una idea clara, un sentimiento y una invitación a la acción. Aunque permite sermones de veinte o treinta minutos, su recomendación es clara: cuanto más corto, mejor.
¿Pero tiene razón el Papa al sugerir sermones tan breves? ¿Deberíamos realmente seguir su consejo y limitar los sermones a menos de diez minutos?
Este artículo explora la historia de la duración de los sermones en la tradición cristiana, examina argumentos a favor y en contra de sermones más largos o más cortos y trata de encontrar un equilibrio adecuado en la predicación contemporánea.
La predicación, tal como la conocemos hoy, ha variado considerablemente a lo largo de la historia de la Iglesia. Aunque las Escrituras están llenas de enseñanzas, relatos y cartas, la forma de sermón que conocemos no fue siempre una parte central de los servicios religiosos.
En los primeros tiempos del cristianismo, las predicaciones eran relativamente raras y el énfasis recaía más en la administración de los sacramentos y en las liturgias.
Sin embargo, la Reforma protestante trajo consigo un cambio radical en la predicación. Martín Lutero, Juan Calvino y otros reformadores promovieron la predicación extensa como un medio para educar a las congregaciones, muchas de las cuales eran analfabetas y carecían de acceso directo a las Escrituras. Durante este período, los sermones a menudo superaban una hora de duración.
A medida que avanzaba el tiempo, la duración de los sermones comenzó a disminuir. En el siglo XIX, impulsados en parte por el Segundo Gran Despertar, los sermones en muchas iglesias protestantes se acortaron.
Hoy en día, un estudio del Pew Research Center revela que la duración media de los sermones en los Estados Unidos es de 37 minutos, con variaciones según la denominación. Las iglesias evangélicas tienden a tener sermones más largos, mientras que las católicas romanas tienen los más breves, con una media de 14 minutos.
El Papa Francisco y muchos otros defienden que los sermones breves son más efectivos porque mantienen la atención del oyente. Argumentan que la atención humana es limitada y, después de un determinado tiempo, las personas pierden el foco.
En este sentido, un sermón de diez minutos permite comunicar una sola idea clara y una invitación a la acción, lo cual es suficiente para inspirar y educar a la congregación. Este enfoque está alineado con la idea de que la predicación no debe convertirse en una carga para la audiencia, sino una oportunidad para el crecimiento espiritual.
En una era de sobrecarga de información, los mensajes cortos y directos parecen tener mayor impacto, similar a las charlas TED, que maximizan la claridad y el impacto en un tiempo limitado. Además, un sermón más corto podría hacer que las personas se sientan más conectadas, sin la fatiga mental que puede generar un discurso prolongado.
Por otro lado, muchas tradiciones y pastores evangélicos argumentan que los sermones más largos son necesarios para una comprensión profunda de la Escritura. La predicación de calidad requiere tiempo para explicar y aplicar adecuadamente los textos bíblicos, especialmente en una congregación que podría no estar familiarizada con las complejidades de la Biblia.
Si bien los sermones más breves pueden ser efectivos en algunos contextos, los predicadores sostienen que el tiempo es necesario para ofrecer una exposición completa y rica del texto.
Además, algunas tradiciones cristianas dan un lugar central al púlpito y a la predicación, considerándola como un acto principal de adoración. Para estas iglesias, un sermón de corta duración podría parecer insatisfactorio, ya que no refleja la profundidad y el valor de la enseñanza bíblica.
¿Es posible encontrar un equilibrio entre sermones cortos y largos? En última instancia, la respuesta depende de la naturaleza de la congregación y el propósito del servicio.
El enfoque debe ser práctico: ¿cuánto tiempo se necesita para comunicar la esencia del mensaje sin perder la atención de la audiencia? Como señaló Mark Dever, un sermón debe durar lo que el predicador necesite para predicar con fidelidad y lo que la congregación pueda escuchar efectivamente.
En mi opinión, un sermón no debe obsesionarse con la duración, sino con la claridad y la relevancia. Un sermón de diez minutos podría ser suficiente si comunica eficazmente el mensaje central, pero si el texto requiere más explicación, es válido extenderse. Al mismo tiempo, es importante evitar la tentación de alargar innecesariamente un sermón solo por el hecho de cumplir con una expectativa temporal.
En conclusión, la duración de un sermón debe ajustarse a las necesidades del contexto y al objetivo de la predicación. La clave es ser fiel al mensaje, conectar con la audiencia y, sobre todo, no sobrecargar a los oyentes con un discurso innecesariamente largo. Como con todo en la vida, la moderación es fundamental para lograr un equilibrio adecuado entre sermones breves y extensos.
Artículo por: Crosswalk.com.
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