Tolerar. Aceptar. Afirmar. Es el clamor de nuestra época, el rótulo de bienvenida para entrar a casi todas las iglesias. Mensaje que maneja gente como la de Lady Gaga, “Soy mujer cristiana, y sé que en el cristianismo no tenemos prejuicios, todos son bienvenidos”.
El amor de Dios ciertamente abarca a todos. Jesús murió por todas las personas. Él invita a todos a su reino. Quien quiera que seas, sin importar tu carga, él dice: “Ven”. Esto significa, todos: —criminales, corruptos, drogadictos, inadaptados, ilegales, excluidos. Todos son bienvenidos, incluidos tú y yo.
Cierto. Pero esto es solo verdad a medias. Si no fuera así, algo anda mal en el Nuevo Testamento. ¿Qué habrá querido decir Jesús en Mateo 22:14: “muchos son los llamados, pero pocos los elegidos”? ¿Por qué dice Mateo 3:12 que Jesús tiene un rastrillo con el que separa trigo de la paja, la cual se quemará en un fuego interminable? Si todos estamos incluidos ¿por qué entonces la puerta que conduce a la vida es angosta y el camino estrecho? ¿Y por qué solo unos cuantos lo encuentran? No todo el que me llama: “¡Señor, Señor!” entrará en el reino del cielo, nos confirma Jesús (Mateo 7:13–23).
Jesús da la bienvenida a todos los que se sientan a su mesa, pero ahí su palabra dice: “Todo aquel que me reconozca en público, yo también lo reconoceré delante de mi Padre en el cielo, pero al que me niegue aquí en la tierra también yo lo negaré delante de mi Padre en el cielo”. Jesús vino a traer paz, que ofrece a todos, pero su paz es tan aguda como una espada; divide a quienes están a su favor de los que están en su contra (Mateo 10: 32–39).
Al mismo Simón Pedro, Jesús le dijo en Juan 13:8: “Si no te lavo, no vas a pertenecerme”. Si Jesús siempre afirma, ¿qué pasa con aquellos que se niegan a ofrecer un vaso de agua a alguien que tiene sed (Mateo 25:34–46), o aquellos que se presentan al banquete de bodas vestidos incorrectamente (Mateo 22: 8–14), o aquellos que son infieles (Mateo 24:45–51)? Si todos están incluidos, si todos son abrazados por el amor de Dios ¿por qué entonces estos son arrojados fuera, en la oscuridad, donde hay llanto y crujido de dientes?
“¿No se dan cuenta de que los que hacen lo malo no heredarán el reino de Dios?” escribe el apóstol Pablo en 1 Corintios 6: 9–11. “No se engañen a sí mismos. Los que se entregan al pecado sexual o rinden culto a ídolos o cometen adulterio o son prostitutos o practican la homosexualidad o son ladrones o avaros o borrachos o insultan o estafan a la gente: ninguno de esos heredará el reino de Dios”.
Jesús nunca condena a nadie. Ni deberíamos nosotros. Pero su palabra es liberadora: “Vete y no peques más”.
Si la tolerancia supone ser nuestra más elevada virtud social, ¿por qué entonces el apóstol Pablo en su segunda carta a Timoteo 3:2–5 nos dice: “la gente solo tendrá amor por sí misma y por su dinero. Serán fanfarrones y orgullosos, se burlarán de Dios, serán desobedientes a sus padres y malagradecidos. No considerarán nada sagrado. No amarán ni perdonarán; calumniarán a otros y no tendrán control propio. Serán crueles y odiarán lo que es bueno. Traicionarán a sus amigos, serán imprudentes, se llenarán de soberbia y amarán el placer en lugar de amar a Dios. Actuarán como religiosos, pero rechazarán el único poder capaz de hacerlos obedientes a Dios. ¡Aléjate de esa clase de individuos!”
Sí, Dios ama a todas las personas. Su gracia es gratuita y disponible para todos y cada uno de nosotros —aun lo que sea que hayamos hecho, por más enredados que pudiésemos estar, seamos quienes seamos—. En su segunda carta Pedro 3:9 dice que Señor “es paciente por amor… No quiere que nadie sea destruido; quiere que todos se arrepientan”. Sí, Dios nos acepta tal como somos, pero nos ama tanto como para dejarnos seguir así nada más.
Cuando Jesús recibe al pecador, lo libera del pecado. Cuando da la bienvenida aquellos perdidos en la oscuridad, aprenden a vivir en la luz. Cuando abraza a los quebrantados de corazón y a los que están hechos pedazos, los sana. Cuando se encuentra con los santurrones, les dice que deben nacer de nuevo (Juan 3:3).
Jesús no es Santa Claus para sentarnos en sus piernas, sentirnos bien con lo que somos y después seguir como sin nada, esperando recibir regalos. Su compasión es una fuerza que nos transforma: éramos ciegos, ¡ahora vemos! Cojeábamos, ahora caminamos. Estábamos sucios, ahora estamos limpios, santificados y justificados.
Esta es la naturaleza del amor de Jesús. Amor que Él ofrece a todos.
Jesús nunca condena a nadie. Ni deberíamos nosotros. Pero tampoco Él se queda callado. Su palabra es liberadora: “Vete y no peques más” le dice a la mujer sorprendida en adulterio (Juan 8:11). Para aquellos que pretenden continuar como son, deseando aceptación y reconocimiento, entonces, el amor de bienvenida de Jesús es excesivo, demasiado peligroso. Jesús ciertamente da la bienvenida a todos, pero su recibimiento es siempre una invitación al cambio. ¿Cambiaremos?
Traducción de Carlos González Ramírez