Muerto circa 155, en Esmirna (Izmir, Turquía en la actualidad)
Cuando un joven cristiano llamado Ireneo se encontró por primera vez con el anciano Policarpo, quien estaba enseñando en la metrópoli de Esmirna, quedó cautivado y no es difícil entender por qué. Según Ireneo, el obispo Policarpo fue uno de los pocos discípulos vivos del apóstol Juan quien fue el “discípulo amado” de Jesús mismo.
Policarpo predicaba lo que había aprendido directamente de los testigos oculares de Jesús. Su conexión con los primeros apóstoles de Cristo sirvió de puente entre la primera generación de creyentes y los que siguieron, incluyendo pensadores influyentes y teólogos como Ireneo, quien viviría para ser un prominente padre de la iglesia por derecho propio.
Policarpo guió a la iglesia en Esmirna con sabiduría y autoridad, habiendo sido él designado al liderazgo por hombres que habían visto y oído al Señor. Con frecuencia Policarpo era llamado a resolver disputas o a corregir falsas enseñanzas. Incluso otros líderes de la iglesia primitiva valoraban su visión. Cuando visitó Roma, el obispo, como señal de honor y respeto, le consultó sobre cuándo celebrar la Cena del Señor.
Escuchando las advertencias de Juan contra los falsos maestros, Policarpo defendió fielmente la enseñanza de los apóstoles contra los primeros herejes, incluyendo a un tal Marción, quien sostenía que el Dios del Antiguo Testamento y el Padre de Jesús eran entidades separadas. Policarpo podía ser vehemente, sobre todo cuando enfrentaba errores tan peligrosos como estos. En su única reunión cara a cara, Marción le preguntó: “¿Me conoces?” “¡Te conozco, primogénito de Satanás!”, le respondió Policarpo. Fue capaz también de alejar a muchos de tales herejías, y así fortalecer el testimonio de la iglesia.
Pero el trabajo de Policarpo como pastor y líder no seguiría libremente por mucho tiempo. Cuando estalló la persecución en Esmirna, algunos cristianos fueron interrogados y obligados a renunciar a Cristo y así rendirse ante el emperador romano como condición para su libertad. Cuando se negaban, eran torturados y ejecutados.
Los relatos de testigos oculares de esta época ponen de relieve la brutalidad pública de la persecución. Los creyentes eran azotados hasta que sus músculos quedaban al descubierto; eran obligados a acostarse sobre capas afiladas y arrojados en las arenas para ser devorados por animales salvajes frente a la gente del pueblo. Hay ejemplos sorprendentes de los primeros mártires acogiendo estos sufrimientos en el nombre de Cristo. Tal es el caso de un germánico quien abrazó a una de las bestias salvajes y lo trajo hacia él para que de esta manera pudiera encontrar la muerte lo más rápido posible. Pero no todos resistieron la tortura brutal. Un ejemplo de esto fue el de un hombre llamado Quinto, quien se había manifestado por voluntad propia en lugar de esperar a ser arrestado, éste renunció a Jesús y prestó el juramento de fidelidad al emperador, esto fue después de enfrentarse a las bestias.
A pesar de que algunos espectadores lloraban de compasión por los cristianos perseguidos, estos espectáculos de muerte y drama en la arena también servían para agudizar el gusto de la gente por la sangre cristiana. Finalmente, la multitud adoptó el estribillo que decía: “¡aléjense de los ateos! ¡Busquen a Policarpo!” (“Ateo”, era un término popular para referirse a los cristianos, quienes, al negar las divinidades romanas, en favor de un Dios que no se podía ver, eran considerados ateos).
Sin embargo, a Policarpo no le preocupaba la creciente demanda pública de su muerte. En lugar de huir, el viejo obispo resolvió permanecer en la ciudad, donde podrían encontrarlo fácilmente. Sus compañeros lo convencieron de ir a una granja fuera de la ciudad, donde la amenaza a su vida no era inmediata. Allí pasó tiempo en oración, intercediendo por los miembros de la iglesia de todo el mundo.
Tres días antes de su arresto, Policarpo cayó en un profundo trance; luego de recuperar la conciencia, contó que había recibido una visión. En esta visión, había visto su almohada estallar en llamas alrededor de su cabeza. Policarpo no tenía dudas sobre el significado de su visión y volviéndose hacia sus compañeros, dijo: “Voy a ser quemado vivo”.
Poco después de este suceso, las autoridades romanas capturaron a dos esclavos. Uno de ellos no resistió la tortura y reveló la ubicación de la granja donde se alojaba Policarpo. Cuando los soldados llegaron a caballo para capturarlo, Policarpo se negó a huir. En vez de esto, ofreció a sus captores hospitalidad y comida, pidiendo que solamente le concedieran una hora para la oración. Cuando los soldados se pusieron de acuerdo, Policarpo oró con tanta vehemencia que una hora se convirtió en dos, y varios de los soldados lamentaron haber tenido participación en la captura de un anciano tan honorable.
Estos soldados pusieron a Policarpo sobre un burro y lo llevaron de regreso a la ciudad. A su llegada, sus captores lo llevaron hasta el carruaje de un hombre llamado Herodes, capitán de las tropas locales. Herodes trató de convencer a Policarpo de salvar su vida preguntándole: “¿Qué mal hay en decir: “César es Señor” y ofrecerle un incienso?” Pero, Policarpo rechazó la sugerencia de renunciar a Cristo, el funcionario se puso amenazador y lo obligó a salir del carruaje tan bruscamente que quiso que se lesionará la espinilla.
Sin darse siquiera la vuelta, Policarpo avanzó rápidamente mientras lo escoltaban hasta el estadio, donde un rugido ensordecedor surgió de la multitud de espectadores. Cuando entró, sus compañeros cristianos oyeron una voz de arriba, diciendo: “Sé fuerte Policarpo y compórtate como hombre”. Entonces, Policarpo fue llevado ante el procónsul, éste le insistió a que negara su fe y a hacer una reverencia ante el emperador: ¡Jura por el espíritu del César! Arrepiéntete y di: “¡Fuera los ateos!”
Entonces, volviéndose con una mirada sombría hacia la multitud que pedía por su muerte, Policarpo les hizo un gesto. (Aléjense de los ateos, dijo secamente). Inconsciente, el procónsul lo volvió a presionar a que negara a Cristo, pero, Policarpo declaró: “He sido su siervo ochenta y seis años, y no me ha hecho mal. ¿Cómo puedo blasfemar al rey que me ha salvado?”
Pero, una vez más el procónsul insistió a Policarpo a que jurara por el Cesar, entonces Policarpo respondió: “¿Cómo pretendes no saber quién y qué soy? Óyeme mi declaración con fuerza: soy un cristiano y si deseas aprender más acerca del cristianismo, estaré feliz de darte una cita”.
El procónsul muy furioso con esto, dijo: “¿Acaso no sabes que tengo bestias salvajes esperando?” te tiraré a ellos a menos que te arrepientas”; Policarpo le respondió: déjalos salir entonces, porque no estamos acostumbrados a arrepentirnos de lo que es bueno, para adoptar lo que es malo”. Entonces el procónsul lo amenazó con quemarlo vivo, a esto Policarpo respondió: “tú me amenazas con fuego, el cual quema por corto tiempo y después se extingue, pero no sabes nada del fuego del juicio y castigo eterno que está reservado para el impío. ¿Qué estás esperando? Haz lo que te plazca”.
Con esto, el procónsul mandó a su mensajero a la arena para anunciar que Policarpo había confesado ser un cristiano. La multitud reunida se agitaba en furia incontrolable y exigía que Policarpo sea quemado vivo. Rápidamente, reunieron una pira, recogiendo leña de los talleres y los baños públicos. Policarpo se quitó la ropa e intentó quitarse los zapatos, pero se le hizo difícil debido a su avanzada edad.
Los guardias se prepararon para clavarlo en la estaca, pero él les dijo calmadamente: “déjenme como estoy, el que me da fuerzas para soportar el fuego, me dará fuerza para permanecer en la estaca sin ser clavado a ella”. Ellos entonces ataron sus manos detrás de él. Policarpo ofreció un salmo de alabanza y acción de gracias a Dios, entre tanto sus captores encendían la madera.
De acuerdo con algunos observadores, a medida que las llamas se extendían, no consumían a Policarpo como se esperaba que ocurriera. El fuego formó un círculo a su alrededor y su cuerpo no se quemaba. Entonces, como las llamas no quemaban el cuerpo de Policarpo, como era esperado, ordenaron que uno de los guardias lo apuñalara con una daga hasta matarlo. La sangre de Policarpo apagó las llamas.
Ese día, los observadores quedaron sorprendidos al ver el contraste entre el martirio de Policarpo y la muerte de los no cristianos que ellos habían presenciado antes. La multitud contempló que la fidelidad que había caracterizado la vida de Policarpo, fue la misma fidelidad que presenciaron en su muerte: una humilde aceptación de la voluntad de Dios; alabanza a Dios en el juicio más extremo; y un compromiso gozoso e inquebrantable con Cristo, incluso cuando se enfrentó a la muerte.
Policarpo fue uno de los primeros mártires cristianos registrados. Su firme obediencia a Cristo fue un testimonio poderoso, una inspiración no solo para la iglesia que él pastoreó tan fielmente en Esmirna, sino también para todos los cristianos a lo largo de los siglos.
De Siendo testigos: Relatos de martirio y discipulado radical.
Tomado de tres diferentes fuentes: “The Martyrdom of Polycarp” in The Ante-Nicene Fathers, editado por Philip Schaff, et al., traducido por Marcus Dods (Peabody, MA: Hendrickson Publishers, 1996) la mayoría de las partes. History of the Church en Nicene and Post-Nicene Fathers, Series 2: Eusebius, editado por Philip Schaff, et al. (Grand Rapids, MI: Wm. B. Eerdmans, 1984) incluye comentarios muy válidos de parte de Eusebio. Finalmente, Irenaeus,Against Heresies, traducido por Philip Schaff; editado por Alexander Roberts, et al. (Grand Rapids, MI: Wm. B. Eerdmans, 2001) contiene detalles sobre los primeros años de la vida y carácter de Policarpo.
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