Jakob y Katharina Hutter: mártires anabautistas


Jakob muerto en 1536, en Innsbruck, Austria; y Katharina en 1538, en Schöneck (Italia en la actualidad)

No se sabe cuándo Jakob Hutter, un fabricante de sombreros de los escarpados valles alpinos de Tirol, se encontró por primera vez con las enseñanzas no violentas de los anabautistas “peligrosos”. Puede que él haya participado en la revuelta de los campesinos de 1525. Los anabautistas enseñaban que la Iglesia Católica Romana se había apartado de las enseñanzas originales de Cristo; su rechazo al bautismo infantil y la promoción del bautismo de adultos, como un signo de discipulado voluntario, convirtió rápidamente a los anabautistas en blanco de una persecución feroz, no solo por parte de la Iglesia Católica sino también de los grupos protestantes.

Abrazando las enseñanzas anabautistas con convicción, Jakob Hutter se convirtió en un celoso converso. Después de que Georg Blaurock, el último de los fundadores del movimiento, fue quemado en la hoguera en septiembre de 1529, Jakob encabezó la misión en Tirol, enseñando a bautizar y ayudar a los nuevos creyentes a formar congregaciones anabautistas. En 1531 bautizó a Katharina Purst, una joven sirvienta, que luego se convertiría en su esposa.

Con la entrada de Jakob al ministerio, los grupos anabautistas en Tirol encontraron en él a un líder quien les impulsó a enfrentar la creciente persecución. Su liderazgo y su énfasis en la naturaleza comunitaria de la iglesia comenzaron a unir al creciente movimiento. Los conversos juntaban su dinero y sus posesiones en una caja común, siguiendo el ejemplo de los primeros cristianos. Aunque sus acusadores luego afirmarían que Jakob bautizaba por dinero, la bolsa mantenía a los grupos de creyentes anabautistas juntos y estos proveían para los más necesitados.

Los poderes dominantes ahora se sentían amenazados, no solo por las nuevas enseñanzas religiosas, sino por este modelo económico radical de compartir. Viajando y enseñando en toda la región de Tirol, Jakob atrajo rápidamente la atención de esos poderes. Fernando I, rey de Bohemia, Hungría y Croacia, estaba abiertamente en contra de este movimiento de “herejes”, cuyas creencias desafiaban el matrimonio acogedor de la Iglesia Católica y del estado. Como católico piadoso, Fernando se consideraba un defensor de la fe contra el creciente número de protestantes en su tierra, en particular los anabautistas, a quienes tanto odiaban.

Para ese entonces la persecución a gran escala ya era inevitable y cuando llegó, fue brutal. En un informe a Fernando, se dijo de los anabautistas “que una parte de ellos, más de setecientos, habían sido ejecutados, otra parte expulsados, y que otros, quienes abandonaron sus propiedades y también a sus hijos habían huido hacia la miseria”.

Los poderes dominantes ahora se sentían amenazados, no solo por las nuevas enseñanzas religiosas, sino por este modelo económico radical de compartir.

Moravia (en la República Checa de hoy), tenía una tradición de tolerancia religiosa, y los anabautistas de toda Europa venían allí. La iglesia en Tirol envió a Jakob, junto con un compañero, a averiguar cuál era la situación en ese lugar. Él quedó encantado al encontrar a creyentes viviendo todos juntos en una comunidad completa en la ciudad de Austerlitz. The Chronicle (Las Crónicas), una historia temprana del movimiento, informa: “Ellos encontraron que ambos grupos eran de un solo corazón y alma para servir y temer a Dios. Entonces, Jakob y sus compañeros, en nombre de toda la iglesia, se unieron en paz con la iglesia de Austerlitz”. Luego regresaron a la obra en Tirol.

Para 1533, la intensa persecución había hecho casi imposible a los anabautistas permanecer en Tirol. Las comunidades eran espiadas, traicionadas, perseguidas y secuestradas por la policía. Jakob Hutter era el objetivo principal, debido a su celosa actividad misionera, pero él lograba evadir a las autoridades. El clero trabajó mano a mano con los funcionarios del gobierno, como se dice “Los sacerdotes también se hacían oír desde sus púlpitos de modo que la gente los vigilara, los tomara y los destruyera con fuego y espada”.

Jakob y Katharina Hutter huyen de sus perseguidores. Grabador desconocido

Las autoridades tornaron a las personas unas contra otras, prometiendo a los informantes recompensas monetarias; el espionaje se volvió desenfrenado. Más y más anabautistas huían a Moravia. Algunos lo hicieron sin mayores incidentes, pero muchos fueron arrestados en el camino, torturados y a veces ejecutados. Jakob escuchó informes de algunos creyentes cuyas mejillas habían sido quemadas antes de ser liberados.

Un inmigrante, Peter Voit, fue capturado y encarcelado en Eggenburg. Sus carceleros sujetaron sus piernas con tanta fuerza al cepo que terminó formándose una gangrena, Voit observaba con horror cómo los ratones le quitaban los dedos de los pies. Cuando finalmente fue liberado, ambas piernas tuvieron que ser amputadas. A pesar de estas aflicciones, Voit sobrevivió a la persecución y vivió hasta la vejez.

Jakob Hutter por su parte regresó a Moravia en agosto de 1533. Allí encontró oposición tanto dentro como fuera del movimiento, ya que algunos de los líderes se resistieron a su autoridad espiritual. Calumniaron a los seguidores de Jakob, incluso negándose a comer con ellos o saludarlos en la calle. Pero Jakob fue capaz de exponer las mentiras y eventualmente liderar al grupo de la división para al final convertirla en una iglesia unificada. Mientras tanto, la ciudad de Münster fue tomada por una rama fanática del anabautismo liderado por un sastre holandés llamado Jan van Leyden. Al igual que Jakob Hutter, usó las Escrituras para argumentar que solo los creyentes adultos deben ser bautizados y establecer una comunidad de bienes. Pero mientras otros anabautistas se negaban a usar la violencia física, incluso en defensa propia, los seguidores de Jan van Leyden no tenían problemas en usarla. Expulsaron a aquellos ciudadanos de Münster quienes no querían ser rebautizados y tomaron el control del gobierno de la ciudad. Sin embargo, Münster fue pronto recuperado, y Van Leyden fue capturado junto con dos de sus compañeros. Los tres fueron torturados con pinzas calientes y luego ejecutados, sus cuerpos fueron colgados en canastas de hierro en la torre más alta de Münster.

Jakob fue capaz de liderar al grupo de la división para al final convertirla en una iglesia unificada.

El rey Fernando utilizó esta revolución como pretexto para expulsar a los anabautistas de Moravia. Aunque negaron cualquier conexión con los habitantes de Münster y condenaron sus acciones y prácticas, las autoridades locales no hicieron distinción entre los dos grupos y muchos fueron encarcelados y torturados a causa de esto. En 1535, Moravia aceptó la solicitud de Fernando y todos los anabautistas fueron expulsados del país.

Mientras tanto, el grupo de Jakob había decidido dejar de trabajar como jornaleros en cualquier oficio que beneficiara a la Iglesia Católica, considerando estas acciones como financiación de la idolatría. Cuando se negaron a trabajar los viñedos de una abadesa quien los había dejado asentarse en sus tierras en Auspitz, ésta se sintió indignada y los desalojó a la fuerza. Debido al decreto de Fernando, no pudieron encontrar un lugar para establecerse y se vieron obligados a llevar un estilo de vida nómada, vagando por los campos y las colinas.

En uno de los campamentos, alguien dio aviso a las autoridades acerca de ellos, acusándolos de portar armas. Pero, por el contrario, cuando los hombres del gobernador llegaron al campamento no encontraron armas, sino muchos niños y personas enfermas. Jakob explicó su situación, rogándoles que dejaran en paz a sus seguidores. La delegación le dijo que tenía que presentar su caso por escrito, al gobernador. Al recibir el gobernador la carta redactada por Jakob, con palabras muy fuertes, ordenó a sus sirvientes que regresaran de inmediato y lo arrestaran.

Aunque Jakob escapó una vez más, dos personas del grupo fueron arrestadas, atormentadas, quemadas y cuestionadas bajo tortura acerca del dinero y las provisiones, que se creía, su grupo estaba escondiendo. Uno de ellos se retractó bajo las torturas. El otro fue quemado vivo. 

Después de lo sucedido, la comunidad decidió que ya no era seguro que Jakob permaneciera con ellos. Votaron y por unanimidad decidieron que debía regresar a Tirol para reunir a los anabautistas restantes. Antes de irse, Jakob dejó a cargo del grupo a un hombre llamado Hans Amon, entonces Jakob y su esposa Katharina, comenzaron el peligroso viaje de regreso a Tirol.

Desde allí, Jakob escribió varias cartas a la iglesia en Moravia, animándolas y contándoles de su trabajo en Tirol, donde enseñaba y bautizaba a pesar de la intensa persecución. En su última carta él escribió: “En nuestro corazón hay pena y un gran dolor por ustedes, pero también nosotros estamos sufriendo una severa persecución. El horrible y furioso dragón ha abierto su boca para devorar a la mujer vestida con el sol, que es la iglesia y la novia de Jesucristo”.

Finalmente, el 29 de noviembre de 1535, Jakob y Katharina fueron capturados y separados para no volver a verse nunca más en vida. Jakob fue amordazado y llevado a la ciudad de Innsbruck, donde residía el rey Fernando.

Aunque trajeron a un teólogo para tratar de convertir a Jakob y demostrar con las Escrituras que estaba equivocado, los intentos fueron infructuosos. Jakob se adhirió firmemente a sus creencias anabautistas. Además, el rey Fernando ya había declarado que: “Incluso si Hutter renunciara a su error, no lo perdonaremos, porque ha engañado a demasiadas personas; pero dejaremos que la pena que tan merecida tiene siga su curso”. El destino de Jakob fue entonces sellado.

“Nadie asistió tan fielmente a las personas en asuntos seculares o espirituales como lo hizo Hutter”.

Lo pusieron en agua helada, luego lo llevaron a una sala de sofocamiento y lo golpearon con varas. Sus captores cortaron su cuerpo, vertieron brandy en sus cortes y luego prendieron fuego al cuerpo con alcohol. Para detener sus incesantes proclamaciones contra ellos, lo amordazaron. Tal vez como una burla de su oficio original como sombrerero y para humillarlo le pusieron un sombrero extravagante en la cabeza. 

La corte temía que lo vieran como un héroe en el caso que fuera ejecutado públicamente, por lo que recomendaron matarlo con una espada al amanecer, cuando la ciudad todavía permanecía tranquila. Pero el rey Fernando exigió una ejecución pública para que sirviera de ejemplo para otros. Finalmente, el 25 de febrero de 1536 quemaron a Jakob Hutter en la hoguera de Innsbruck. “¡Acérquense, ustedes los que me contradicen!”, gritó Jakob. “Probemos nuestra fe en el fuego”. “Este fuego no dañará mi alma, al igual que el horno de fuego no dañó a Sadrac, Mesac y Abednego”.

Según un informe oficial, Katharina persistió “en su insensata y obstinada opinión”. Ella fue trasladada en cautiverio a la ciudad de Gufidaun, y al igual que con Jakob, un hombre fue asignado para convertirla. Sin embargo, la seguridad de las celdas era relajada, probablemente porque estaba embarazada por lo que ella pudo escapar antes de que el hombre llegara. Katharina continuó el trabajo de su marido martirizado durante dos años más, hasta que finalmente fue arrestada nuevamente. Esta vez fue ejecutada de inmediato a través de un “tercer bautismo”, así habían apodado en forma burlona a los ahogamientos a través de los cuales fueron muertos muchos de los anabautistas.

Después de su muerte, Jakob Hutter fue llorado y venerado por sus seguidores quienes conservaron sus enseñanzas y recordaron su vida en una canción. Hans Amon, el hombre que Jakob había dejado a cargo de la congregación de Moravia, dijo que Jakob “dio un gran sermón a través de su muerte, porque Dios estaba con él”. Aunque muchos de sus detractores siguieron acusándolo, incluso después de su muerte, uno de sus antiguos oponentes declaró: “Nadie asistió tan fielmente a las personas en asuntos seculares o espirituales como lo hizo Hutter. Nunca fue encontrado infiel. A través de él, el Señor reunió y preservó a su pueblo”. Aunque Jakob Hutter los guio solo durante tres cortos años, las comunidades huteritas que todavía llevan su nombre hoy mantienen vivo el testimonio de este audaz fabricante de sombreros de Tirol.


De Siendo testigos: Relatos de martirio y discipulado radical

Basado en The Chronicle of the Hutterian Brethren, vol. 1 (Rifton, NY: Plough, 1987) y la reseña biográfica, de Johann Loserth, sobre Jakob Hutter en la Global Anabaptist Mennonite Encyclopedia. Ver también en Werner O. Packull, Hutterite Beginnings: Communitarian Experiments during the Reformation (Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1995).

  • Evangelio

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