Después de varios intentos, Zamir Alí, su hijo y su hermano consiguieron que les subieran a la cubierta de una barca de madera. A primera hora de la mañana, el hombre de 48 años, exhausto, con sus familiares había salido de su casa, cerca de la ciudad de Kaipur Nathan Sha, en la provincia paquistaní de Sindh, para ir a buscar a su ganado. Pero el nivel del agua a su alrededor subió mucho y se vieron forzados a nadar durante seis horas con la ayuda de un palo de bambú. Se cansaron rápidamente. “Nos agarramos a la torre eléctrica y esperamos a que alguien nos ayudara”, dice Alí ya en la barca. “Nos desgañitamos pidiendo ayuda. Como nadie se paraba para ayudar, pensé que íbamos a morir”.
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Esta zona del distrito de Dadu, en Sindh, parece ahora a un lago, con el agua se extiende hasta donde alcanza la vista. La casa de Ali, como las de cientos de miles en la zona, ha quedado sumergida.
Entre el 5 y el 10 por ciento de los 350.000 habitantes de la ciudad siguen atrapados en sus casas inundadas. Los que pueden, se mueven en barcas. Otros nadan por las zonas inundadas con un palo para desplazarse. Las aguas residuales se han mezclado con el agua de las inundaciones y han adquirido un sucio tono verduzco. Las entrevistas con los habitantes de la zona pintan la imagen de un desastre de grandes dimensiones al que ni el Gobierno ni las ONG han podido enfrentarse.
Las lluvias torrenciales de los monzones que comenzaron a mediados de junio han destruido gran parte del país, y se han llevado por delante puentes, carreteras, ganado y personas. Una tercera parte de Pakistán está bajo el agua, han muerto casi 1.400 personas y hay más de 35 millones de afectados.
Dadu y el vecino Qambar Shahdadkot son los distritos más afectados de la provincia de Sindh, a su vez la provincia más golpeada. El agua inunda kilómetros y kilómetros de carreteras y hace inaccesibles muchas localidades. Las personas desplazadas viven en tiendas y chabolas improvisadas al borde de las carreteras. Muchos en Dadu lamentan que la apertura del Lago Manchar, el mayor lago de agua dulce del país, para bajar los niveles de agua en el distrito debería haberse hecho antes. El agua ha pasado desde Dadu al lago y de allí, al mar.
Cuando la barca que ha rescatado a Alí se acerca al principal mercado de Kaipur Nathan Shah, Jalid Hussain —un joven con un palo de bambú en mano y con sus pertenencias sobre su cabeza— se acerca y comienza a hablar. Dice que no hay instalaciones para la evacuación de las personas pobres, ni ayuda.
“Ayer, junto con mi padre, que está enfermo, estuvimos parados en este rincón de la ciudad durante tres horas, pero el equipo de rescate no ayudó a mi padre ni le proporcionó nada”, dice. “Tuvimos que alquilar una barca y llevar a mi padre a un hospital cercano para que recibiera tratamiento. La ciudad entera está anegada, con gente en sus casas. Nadie del Gobierno ha venido a ayudarnos”.
Otro habitante de la zona, Jadim Hussain, dice que las autoridades “nos consideran insectos”. “Estamos abandonados a nuestra suerte. Hemos perdido todas nuestras pertenencias. Necesitamos comida, medicinas y ayuda”.
Faisal Edhi, jefe de la fundación caritativa Edhi, explica que a pesar del gran esfuerzo que han hecho su organización, el Gobierno y otras ONG, entre todos solo han conseguido llegar a un 10 por ciento o menos de las personas afectadas. “La gente que ha sobrevivido a las inundaciones podría morir de hambre”, alerta. Muchas localidades están inaccesibles y la Autopista del Indo, que atraviesa el país, está inundada.
Saifulá Chandio, una estudiante de Medicina, cuenta que intentó montar un campamento de primeros auxilios para ayudar a personas con enfermedades que se transmiten por el agua, pero no consiguió apoyo financiero ni medicamentos. “Pronto volveremos a ver otra crisis, porque la gente se está poniendo enferma”, lamenta.
A una hora de Kaipur Nathan Shah, la barca llega al malecón de Superio, donde se han refugiado más de 2.000 personas del pueblo inundado de Nurang Chandio. Alá Baksh Chandio (sin relación con Saifulá Chandio) dice que los habitantes del pueblo escaparon en medio de la oscuridad la noche del 28 de agosto, con lo que consiguieron llevar sobre sus hombros. Algunos llevaban comida, pero la mayoría, no. “Sentía como si mi corazón fuera a explotar”, dice Chandio. “Lo único que oía era gente llorando de impotencia. Los niños no sabían qué pasaba y también lloraban”.
Mansur Alí, también de Nurang Chandio, dice que los habitantes del pueblo construyeron sin ayudas las tiendas y las chabolas. “Nos estamos quedando sin comida”, asegura. “Comemos una vez al día. Mi hija, que solo tiene dos años, tiene fiebre alta recurrente y aquí no hay servicios médicos”.
Con su hijo en brazos, Ghulam e Kubra denuncia: “No tenemos nada. Los niños se están poniendo enfermos y no podemos hacer nada. No tenemos agua potable limpia, ni comida ni medicamentos. No sabemos qué hacer con nuestras vidas”.
Cuando el conductor de la barca avisa de que es hora de zarpar, Alí Baksh, un agricultor, se acerca y señala con el dedo los puntos, ahora inundados, donde había cultivos de arroz y trigo, ahora arrasados. “Hace unos meses no llovía y hubo graves problemas de abastecimiento de agua para los cultivos”, dice. “Rezamos para que lloviera. Pero cuando llovió, nos quedamos sin casa y nuestros cultivos quedaron destrozados. No nos queda nada”.
Traducción de María Torrens Tillack