El mundo produce plástico a una escala descomunal. Tal es la magnitud, que se ha transformado en uno de los contaminantes más importantes del suelo, el aire y los océanos. Mientras los países del mundo trabajan para tener un tratado de eliminación de este material para 2025, la Organización de la Naciones Unidas (ONU) dedicó este año, en el Día Mundial del Ambiente, a esta problemática bajo el lema: “Por un planeta libre de plásticos”.
Para poder tener una dimensión de lo que el plástico significa, aquí algunos números: la producción se ha disparado en las dos últimas décadas: entre 2003 y 2016 se produjo más que en todo el siglo XX. El plástico es económico y versátil, con innumerables usos en muchas industrias. Pero casi la mitad de todo el plástico se utiliza para crear productos de corta duración o de un solo uso, que tienen una vida útil de menos de tres años y la mayoría se consumen en países de ingresos altos y medios-altos.
En 2015, el 60% de todos los plásticos producidos ya habían llegado al final de su vida útil y habían sido desechados.
Así lo indica un reporte realizado World Wildlife Fund (WWF) y trae otra mala noticia: a nivel global, menos del 10% de los productos de plástico se reciclan. Aunque su vida útil puede ser corta, los productos de plástico pueden persistir en el medio ambiente durante décadas, o incluso siglos.
“Las estimaciones varían mucho, pero se cree que hasta la fecha se han acumulado en el océano entre 86 y 150 millones de toneladas de residuos plásticos. Y el problema no hace más que agravarse, ya que cada día fluye más plástico hacia el mar: se calcula que en 2016 entraron en el océano y otros ecosistemas acuáticos 11 millones de toneladas de residuos plásticos”, agrega el reporte.
Pero ¿todos los plásticos son dañinos? ¿Cómo se puede controlar la producción y el consumo de este material tan útil para algunos usos? Las respuestas a estas preguntas deben comenzar con varias aclaraciones, algunas de ellas, geopolíticas. La humanidad consume este material principalmente en envases, que representa el 44% de los usos, pero también en productos electrónicos, coches y hasta edificios, lo que supone el 18% de los usos. La Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, ha hecho una estimación del rastreo del comercio de plásticos a lo largo de su ciclo de vida y concluyó que el comercio mundial de plásticos mueve 1 billón de dólares al año, es decir “el 5% del comercio mundial de mercancías”.
El mismo organismo estimó que en 2021 se comercializaron 369 millones de toneladas de plástico en todo el mundo. Esto llenaría “más de 18 millones de camiones”, o se formaría una “cola que da vuelta 13 veces alrededor del mundo”. Según Plastic Europe, ese mismo año China produjo casi un tercio de todos los plásticos procedentes de la polimerización y el reciclado. Estados Unidos, el mayor consumidor per cápita del mundo, encabeza las exportaciones de plásticos primarios junto con la Unión Europea, Corea del Sur y Arabia Saudita. No se mencionó aún, pero estos materiales son todos derivados de la industria petrolera.
En este sentido, varios países, entre los que están los de América Latina y representantes de la sociedad civil, proponen dividir a los productos plásticos en dos grupos: aquellos que pueden reducirse o eliminarse significativamente en el corto plazo y los que actualmente no pueden eliminarse o reducirse de manera significativa, pero requieren medidas globales de control para promover el reciclaje y una gestión y disposición segura. En ambos casos es necesario contar con instrumentos legales que lo hagan posible.
“América Latina y el Caribe han avanzado en la regulación de plásticos de alto riesgo, como en la prohibición o eliminación de productos de plástico de un solo uso. Sin embargo, las regulaciones son fraccionadas y diversas, y no logran abordar los impactos transfronterizos a la escala necesaria para proteger la naturaleza, las personas y sus medios vida de la contaminación por plásticos”, señaló Roberto Troya, Director Regional para América Latina y el Caribe de WWF.
En este sentido Manuel Jaramillo, Director General de Fundación Vida Silvestre Argentina, señaló que “Argentina ha sido pionera en la región con la sanción de una Ley que prohíbe la incorporación de microplásticos añadidos en productos cosméticos y de higiene oral. La implementación de esta norma, que comenzó a regir a partir de finales de 2022, será un aporte relevante a los compromisos que deriven de este tratado”.
“No obstante, nuestro país todavía adeuda una Ley de envases que establezca estándares mínimos para su gestión integral, promoviendo su reducción, reutilización, reciclado, valorización y, en última instancia, su disposición final, y que incorpore el principio de responsabilidad extendida del productor”, destacó el experto de Fundación Vida Silvestre Argentina y concluyó: “La contaminación por plásticos es una problemática global con efectos locales que trasciende fronteras, por eso es urgente alcanzar una respuesta global coordinada”.
A pesar de la regulación y las medidas voluntarias a niveles nacionales, los esfuerzos no han sido suficientes para evitar que el plástico se infiltre al ambiente y que desde una locación específica se distribuya a cientos o incluso miles de kilómetros de distancia. Los plásticos de un solo uso, los microplásticos y las artes de pesca perdidas o descartadas, conocidas como “redes fantasma”, ahora constituyen la mayor parte de la contaminación por plásticos en el océano.
Como se dijo, a pesar de los esfuerzos y del lobby de la industria que promueve los plásticos por ser reciclables, apenas el 10% de estos residuos se recupera. Si se tiene en cuenta además, que del total de la producción mundial 60% se descarta, estos números aparecen como mínimos. Es decir: no alcanza con reciclar botellas y tapitas.
“A pesar de los esfuerzos, el reciclaje es insuficiente. La composición química de los plásticos solo permite una reciclabilidad limitada y finita, contrariamente a lo que sucede con otros materiales, como el vidrio o el metal. Los plásticos solo pueden reciclarse a lo sumo 2 o 3 veces, según National Geographic. “Esto quiere decir que no pueden ingresar infinitamente en la cadena de producción, y en algún momento serán descartados”, indica Clara Subirachs, coordinadora de Políticas Públicas de Unplastify.
A esta complejidad se suma la toxicidad de los materiales y el riesgo que implican para la salud. El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma) alertó sobre “los más de 13.000 productos químicos que contienen los plásticos, de los cuales se sabe qué más de 3.200 son peligrosos para la salud humana”. Al tiempo que un informe de Greenpeace Estados Unidos, señaló también al reciclaje.
“La toxicidad del plástico en realidad aumenta con el reciclaje. Los plásticos no tienen cabida en una economía circular y está claro que la única solución real para acabar con esta contaminación es reducir masivamente la producción”, aseguró Graham Forbes, responsable de la campaña global de plásticos de Greenpeace Estados Unidos.
Durante la cumbre internacional que busca regular y tener un tratado para 2025 que se realizó en París hasta el viernes pasado, Sergio Federovisky, viceministro de Ambiente de la Nación destacó la importancia de la participación y el consenso de todas las partes interesadas para asegurar el éxito de las acciones que emerjan de las negociaciones. “Argentina considera que el proceso debe estar orientado con un enfoque de derechos humanos que posibilite la transición justa, teniendo en cuenta la necesidad de no dejar a nadie atrás”, señaló.
En cuanto a las herramientas para alcanzar el objetivo del desarrollo sostenible, el funcionario nacional expresó: “Reafirmamos la necesidad de encarar soluciones que tengan en cuenta las distorsiones generadas por el desarrollo desigual de los países, lo que ha resultado en el hecho indiscutible de que los países en desarrollo nos vemos enormemente afectados por las consecuencias de una crisis en cuyos orígenes tuvimos escasa participación”.
Y concluyó: “Creer que con la economía circular esto se va a solucionar es casi una utopía. Es necesario que se asuma la figura de la responsabilidad extendida del productor y que se pague por el tratamiento final de los productos que se fabrican. En este sentido, los países del hemisferio Sur debemos percibirnos, como en las cumbres de cambio climático o de biodiversidad, como acreedores ambientales. No sólo no tenemos las mismas responsabilidades de producción, sino que además, sufrimos las consecuencias”.
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