Situada entre dos importantes fallas y exprimida por tres grandes placas tectónicas, Turquía es una de las zonas sismológicas más complejas y activas del mundo.
Gran parte del país se asienta en la relativamente pequeña placa de Anatolia, que está delimitada al norte por la placa Euroasiática y al sur y este por las placas Africana y Árabe, que comprimen el territorio de Turquía, produciendo devastadores terremotos como los de este lunes.
Solo en 2022, la Autoridad de Gestión de Desastres y Emergencias de Turquía registró más de 22.000 sismos en el país.
Como explica a BBC Mundo la sismóloga Arancha Izquierdo, de la Red Sísmica Nacional de España, este bloque de Anatolia, que tiene forma de cuña, “se encuentra en medio de las otras dos placas que, cuando se desplazan y acercan, lo exprimen y hacen que salga disparado hacia el oeste”.
Las placas forman dos fallas, que es como se denomina en el campo de la geología a las fracturas por las que se deslizan los bloques o placas tectónicas.
La conocida como Falla norte de Anatolia ha sido la más activa en las últimas décadas, produciendo sismos tan devastadores como el que tuvo lugar en Izmit en 1999, de magnitud 7,4 y en el que murieron más de 17.000 personas.
Esta falla, además, ha estado en el punto de mira de los científicos porque atraviesa la región de Estambul, la ciudad más poblada del país y donde un terremoto importante podría tener consecuencias trágicas.
La Falla oriental de Anatolia, donde han tenido lugar los terremotos de este lunes, de magnitud 7,8 y 7,5 respectivamente, no había registrado, sin embargo, una actividad importante en los últimos 100 años.
Los científicos, no obstante, sabían de su peligrosidad.
El último seísmo importante en la falla, magnitud 7,4, se había producido el 13 de agosto de 1882 con consecuencias catastróficas. Muchos municipios de la zona quedaron devastados y se contabilizaron más de 7.000 muertos solo en la ciudad siria de Alepo. Las réplicas continuaron a lo largo de todo un año, generando muchos más daños.
En este caso, se trata de una falla lateral izquierda, explica a BBC Mundo Joanna Faure Walker, profesora de Geología de terremotos y reducción del riesgo de desastres del University College de Londres,
La parte norte de la falla se mueve hacia la izquierda, mientras que la parte sur se mueve hacia la derecha.
Este tipo de fallas “pueden tener cientos de kilómetros de longitud y, cuanto más larga es la falla, más potentes son los terremotos“, señala la experta.
“La placa árabe se mueve hacia el norte y empuja al bloque de Anatolia hacia el oeste, lo retuerce y subduce hacia el sur, entre los mares Egeo y Mediterráneo”, especifica Faure Walker.
Los científicos coinciden en que es prácticamente imposible saber cuándo o dónde se va a producir un terremoto, aunque a veces hay pequeñas pistas.
“Hay zonas que son muy activas que van rompiéndose, pero otras, como por ejemplo ocurrió con el terremoto de Izmit, en el que podían verse los tramos de la falla que ya se habían roto, y un hueco en el que aún no se había quebrado, que es donde finalmente se produjo”, explica Arancha Izquierdo.
La especialista española lo describe con un ejemplo gráfico: “Es como cuando chascas los dedos, estás acumulando fuerza hasta que salta. Lo mismo sucede con la falla, está comprimida hasta que en un momento salta”.
La dificultad para predecir la frecuencia con la que van a producirse los terremotos, señala Joanna Faure Walker, viene de que el movimiento de estas fallas no es periódico.
“Incluso cuando se dice que el periodo de retorno es, por ejemplo, de 500 años, puede que tengas un terremoto en un espacio de 100 años o de 1000 años, luego 200… es solo un promedio. Por eso hay que tener mucho cuidado cuando se habla de que una falla está ‘durmiente’ o ‘activa’ o algún término de este tipo porque para el público o para los geólogos puede significar cosas muy diferentes”, señala sobre la Falla oriental de Anatolia.
La posibilidad de que se produzcan réplicas es, sin embargo, muy alta. Aunque en este caso, estos seísmos posteriores sí obedecen una regla de la geología, y es que “se vuelven menos frecuentes y más pequeños con el tiempo”, explica la profesora de UCL.
Sin embargo, cuando se produce un terremoto en una de las fallas, al cambiar el estrés al que se someten las otras fallas cercanas, se incrementa la posibilidad de que se produzca otro sismo en una de estas.
A este fenómeno se le llama en Geología la “transferencia de esfuerzos de Coulomb”.
Esto es lo que sucedió, por ejemplo, con el terremoto del 26 de diciembre de 2004 en el océano Índico: tres meses después se produjo otro más al norte. O con el de agosto de 2016 en Italia, que fue sucedido por otro en octubre.
“Y esto puede ser muy peligroso porque ya hay edificios que han sido dañados en el primer sismo y que, quizás, no ha sido inspeccionados y la gente que vive en ellos quizás no lo sabe”, explica Faure Walker.
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