Os resumo la historia: la semana pasada, la Administración Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos (NOAA) confirmó oficialmente que El Niño ya está con nosotros. Más aún, confirmó que se espera que “se fortalezca gradualmente” durante los próximos seis o nueve meses.
Tras tres años en los que La Niña ha contenido a duras penas el crecimiento de las temperaturas, la pregunta que se hacen los expertos es “¿y ahora qué?”
Y la respuesta es: depende. “Dependiendo de su fuerza, El Niño puede causar una gran variedad de impactos, como aumentar el riesgo de fuertes lluvias y sequías en ciertos lugares del mundo”, explicaba Michelle L’Heureux , física del Centro de Predicción Climática de la NOAA. El problema, claro está, es que no podemos estar seguros de cuál será su fuerza.
Por ejemplo, el último evento de El Niño ocurrió de febrero a agosto de 2019 y sus impactos fueron relativamente débiles. En cambio, el que se desarrolló entre 2014 y 2016 fue uno de los más salvajes de los que hay noticia. Cuando hablamos de El Niño, hablamos en buena medida de una lotería.
Aunque hay cosas que sí sabemos. Está claro que, como señala la Organización Meteorológica Mundial, “hay un 98 % de probabilidades de que al menos uno de los próximos cinco años, así como el lustro en su conjunto, sean los más cálidos jamás registrados”.
Sin embargo, es muy probable que eso hubiera pasado incluso con La Niña: las temperaturas globales están bastante por encima de la media sin ayuda extra. Lo preocupante es que este empujón nos haga superar, de forma estable, el umbral de grado y medio que los expertos consideran una línea roja.
¿Y en España? Todo eso son efectos globales. Cuando hablamos de España, la situación cambia. Y es que, aunque nuestro país está lejos y la influencia de este fenómeno es más moderada, lo cierto es que hay alguna buena noticia.
Porque sí, es cierto que podremos ver un ascenso general de las temperaturas, pero (como contrapartida) podemos esperar más agua. A diferencia de La Niña, el Niño pone a España bajo la influencia de una circulación subtropical más intensa de lo normal y eso puede acabar resultando (sobre todo, con NAO negativa) en la llegada de masas de aire húmedo.
No es un escenario óptimo. Ni siquiera es un escenario bueno. Pero teniendo en cuenta la situación de déficit hídrico en la que nos encontramos desde 2014… cualquier noticia de lluvias (por remota que sea) es un alivio.
¿Estamos preparados para lo que viene? Esa es la gran pregunta. Hace unos meses Bill Mcguire defendía en Wired que no lo estamos y, dependiendo de lo que pase, no le falta razón: llevamos encadenadas muchas crisis; es decir, no nos pilla en el mejor momento.
El mejor ejemplo lo ponía encima de la mesa, hace un par de días, la radio pública alemana con un reportaje en el que reflexionaba sobre la posibilidad de que un episodio de El Niño especialmente fuerte podrían causar pérdidas de miles de millones y prolongar la “inflación alimentaria”.
Por ahora, todo esto son especulaciones. Sin embargo, no tenemos demasiado tiempo para prepararnos en caso de que el evento sea más fuerte que el de la última vez.
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Imagen | NOAA